En la literatura oficial el único pontífice que no cuenta con apología es Alejandro VI. En el segundo (el primero fue su tío Calixto III, a quien, entre 1455 y 1458, se debió la expansión católica en Dinamarca, Noruega y Suecia) y último Papa hispano, se resumen los vicios de un ciclo donde el poder religioso no fue nada ejemplar. Pero, obviar la reconstrucción de la Basílica vaticana, encargada a Buonarroti, la creación de la Universidad y la reconversión del túmulo de Adriano en el Castel Sant Angelo, los edificios de nueva planta del núcleo papal, las mejoras de los templos, las nuevas vías, fuentes y plazas, entre otras obras, es tan injusto como señalar a Rodrigo de Borgia (1431-1503) como “el máximo pecador de Roma”, porque todas sus faltas no eximen a sus coetáneos, antecesores y sucesores, de las mismas lacras censuradas en su polémico papado. No fue, en ningún caso, modelo de virtudes; su ambición, intriga y lujuria se censuraron desde que accedió al cardenalato en un acto de nepotismo común entre los nobles; se le acusó de simonía en el cónclave de 1492 y de crímenes interesados y tuvo, al menos, dos amantes públicas -Vannoza Cattanei y Julia Farnesio- y otras anónimas, y nutrida descendencia: nueve hijos, de los que cuatro tuvieron notoriedad a caballo de los siglos XV y XVI: César, purpurado y jefe del clan, Juan, gonfalionero pontificio, y la bella Lucrecia, casada con tres varones de relieve. Su acérrimo enemigo, Giuliano Della Rovere, que conspiró contra su autoridad desde su amañada elección, no fue tampoco un espejo de la regeneración religiosa que predicaba; como Borgia, también fue protegido y ascendido por un tío (Sixto IV), codicioso y sin escrúpulos para negociar a varias bandas; sumió a Italia en la guerra y tuvo una amplia prole con la aristócrata Lucrecia Normanini, de la que sólo Felice llegó a la pubertad. Con tales paralelismos, resulta más evidente la paradoja de la gloria del Papa Guerrero, fundador de la Santa Liga para luchar contra la invasión francesa que él mismo provocó, y su privilegiado lugar para el eterno descanso, bajo el Moisés de Miguel Ángel. Su odiado antecesor tuvo funerales vergonzantes y sus restos, junto a los de su padrino Calixto, dieron tumbos por las grutas y claustros vaticanos hasta que, en 1889, la comunidad española les dispuso un sobrio sepulcro en la iglesia de Santiago y Montserrat, donde reposan. Tal día como hoy, hace quinientos dieciocho años, murió envenenado el Papa Borgia, un molesto recuerdo para la iglesia y un filón para la literatura, el cine y las series televisivas.