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NOMBRE Y APELLIDO > POR LUIS ORTEGA

Siv Jensen

   

Cuando se perpetró la matanza noruega, Europa miraba para otros lados, para su ombligo lastimado por la crisis y para el terrorismo de origen islámico, y obviaba, como hasta hoy, el estremecedor crecimiento de la extrema derecha y el obsceno juego de partidos conservadores, estimados como serios, con la xenofobia y el rechazo a cuanto huela o suene a árabe.

A partir de los atentados de Madrid, la Unión Europea (entelequia con agujeros en su único flanco útil, la economía) adoptó una estrategia que acotó los riesgos terroristas al choque entre el islam y Occidente. Esto ocurrió en 2005 y, aún el año pasado, Interpol calificaba como “la principal amenaza de los estados miembros el extremismo musulmán”.

Mientras, la ultraderecha crece de sur a norte, amparada en una afirmación de Martina Le Pen que, al paso que va, dejará chico a su padre: “Izquierda y derecha ya no significan nada; están en la UE, el euro, el libre comercio y la inmigración; la verdadera lucha está entre los nacionalistas y quienes apoyan la globalización”. Desde esa óptica se explica que la demagoga Siv Jensen (1969) convirtiera a una facción de mínimo calado -el Partido del Progreso- en la segunda fuerza política de Noruega con el veintitrés por ciento de los votos; ahora repudia el asesinato múltiple perpetrado por un antiguo militante de su formación y llama a la unidad nacional.

Pero no es suficiente para tapar el recurrente mensaje de “los patriotas arrollados por gentes venidas de fuera, con culturas extrañas y religiones inflexibles”, que ha calado en los sectores radicales de los países nórdicos, caracterizados por el espíritu liberal y el carácter tolerante.

La masacre de Anders Behring Brevik tiene un responsable material único (según la cuestionable investigación policial, que falló en previsión, rapidez y hasta contabilidad de víctimas), pero no debemos olvidar que, detrás la premeditada acción del psicópata, está la propaganda partidaria no sólo de fuerzas extremistas (al menos tienen la valentía de proclamarse tal y como son y sienten), sino también las estrategias de alta rentabilidad electoral de partidos que hasta hoy tenemos por democráticos, y por políticos, hasta hoy respetables, como Merkel y Sarzozy, que son conscientes de su inmediata rentabilidad electoral, en Berlín, Burdeos o Tarrasa, como tuvimos ocasión de comprobar en las últimas elecciones locales. Del mismo modo que la inmigración ilegal no es un problema exclusivo de sus destinos inmediatos, el terror de ultraderecha es también una amenaza continental.