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análisis > por Andrés Aberasturi

Solo se trata de cambiar el mundo

   

Cuando estalló la gran crisis del siglo XXI, esa en la que aún estamos todos inmersos, hubo precipitadas reuniones globales, urgentes encuentros de políticos, foros de economistas; las grandes salas en las que se reúne el poder permanecían siempre llenas y en estado de alerta y sólo cambiaban las siglas de quienes las habitaban: FMI, G-lo-que-sea, OCDE…

Y decidieron dos cosas: parchear la situación inyectando dinero a los bancos -culpables en gran medida del desastre y “refundar el capitalismo”, que como objetivo no se puede decir que sea pacato.

Pero pasaron los primeros días de pasmo y, como no se producían suicidios en masa, hubo quien creyó que aquello era ya el comienzo de una nueva época en la que volveríamos todos, con sacrificios, claro, a recuperar nuestro mundo feliz. Algunos dijimos -sin tener ni idea de economía- que aquello no bastaba, que las medidas eran excesivamente coyunturales y que lo verdaderamente importante, eso que ellos habían llamado “refundar el capitalismo”, era poner a los mercados rostro humano; introducir una cierta ética, de forma que el capital fuera una poco más productivo y un poco menos especulativo; tratar de que los recursos llegaran a los países subdesarrollados, cuatro o cinco cosas que seguían siendo un sueño irrealizable. Y pasó lo que ahora puede empezar a pasar: que los EE.UU. han estado a punto de la suspensión de pagos y que en una Unión Europea absolutamente disparatada han tenido que ser “rescatados” tres países, tres más están en el punto de mira y otros -que entraron por la puerta falsa de cuando las vacas gordas- ni siquiera cuentan en el panorama económico.

Y así vamos a seguir porque la única solución que está en la mente de todos es tan sencilla que resulta absolutamente imposible de poner en marcha: sólo se trata de cambiar el mundo, de equilibrarlo, de que ese 20% de la población mundial que maneja el 80% de los recursos se dé cuenta de que eso ya no va a ninguna parte y que es mejor para todos ir bajando poco a poco esa abrumadora desproporción, de que un pueblo y hasta un continente no pueden ser sólo el negocio de unos señores, de unos grupos y que esos señores y esos grupos no pueden seguir estando amparados por unos gobiernos que no son más que rehenes al servicio de unas minorías inmorales que se protegen con leyes que ellos mismos promueven agazapados en las sombras como alimañas para legalizar sus crímenes y hasta sus genocidios.

Sólo se trata de cambiar un poco el mundo. Pero ¿cómo creer en esa posibilidad si los que podrían hacerlo tienen las conciencias compradas y las manos manchadas de sangre?

Si uno creyera en algo más que en el hombre solo, si uno fuera un predicador de esos apocalípticos, andaría ahora anunciando el final del Becerro de Oro, y que sólo destruyendo el sistema que nos hemos montado seremos capaces de volver a la tranquilidad. No soy predicador y el sistema es posible que sobreviva. Me conformaré explicándole a mi nieto dentro de unos años, que no era tan difícil, que sólo hubiera bastado con que unos cuantos hubieran tratado de cambiar el mundo.