JOSÉ LUIS CÁMARA | Copenhague
Mientras Noruega se enjuga las lágrimas y trata de curarse de las heridas que provocó la masacre llevada a cabo por Anders Behring Breivik, que costó la vida a 77 personas, el país entero se sigue preguntando si el suceso fue un hecho aislado o es el reflejo de la intolerancia y el odio creciente hacia las minorías étnicas de buena parte de la sociedad escandinava.
No en vano, desde el centro antirracista de Oslo dejan claro que “las ideas de Breivik no salen de la nada, y prueba de ello es que hasta la fecha ningún partido de la derecha radical europea ha condenado lo ocurrido”.
En la orilla opuesta, sin embargo, fuentes del Partido del Progreso noruego, formación populista de derechas con un discurso antiinmigrante y antimusulmán, rechazan las acusaciones de “corresponsabilidad espiritual” por los atentados, a pesar de que el propio Anders Breivik fue un militante activo de la formación hace un lustro.
Y es que, pese a los intentos por desviar la atención y desmarcarse del suceso, es una realidad que la extrema derecha escandinava está, en mayor o menor medida, detrás de la tragedia.
En la última década, no solo Noruega o Dinamarca han visto progresar a partidos que reclutan electorado con mensajes xenófobos. También Finlandia y Suecia han permitido el desarrollo de formaciones extremistas que, bajo el paraguas gubernamental, han ido haciéndose con un hueco cada vez mayor.
Dinámica electoral
El ejemplo más significativo de esta nueva dinámica electoral, como exponen estos días varios rotativos daneses y noruegos, es el que personifica el partido de los Verdaderos Finlandeses, que en las legislativas de principios de año pasaron de ser el partido más minoritario en el Parlamento a situarse como la tercera fuerza del país, con un discurso marcado por la eurofobia y el racismo. Poco antes, en septiembre de 2010, se vivía una situación similar en Suecia, donde la ultraderecha volvía a la Cámara nacional tras dos décadas de ausencia.
Desde el Gobierno noruego insisten en que, en la mayoría de estos casos, el resto de la clase política se ha esforzado por aislar y no negociar con lo que considera “cuerpos extraños” en sus parlamentos.
Sin embargo, también se han dado ejemplos como el del Partido Popular Danés, que marca la política del país apuntalando con sus escaños la mayoría del Gobierno liberal-conservador.
En la tierra de Anders Breivik, mientras, el populista Partido del Progreso se consolidó como segunda fuerza en las elecciones de 2009, por detrás del Partido Laborista de Jens Stoltenberg. La tradicional permisividad política escandinava favorece a estas formaciones, cuyo impacto crece a medida que lo hace su cómputo de diputados, principal fuente de ingreso de sus formaciones.
Desde los años 70 y 80, los países nórdicos sirvieron de refugio a centenares de miles de inmigrantes procedentes de zonas conflictivas como la antigua Yugoslavia, Somalia o el Kurdistán. Suecia, por ejemplo, acoge en la actualidad a más refugiados iraquíes que todos los países europeos juntos. Sin embargo, “el sentimiento xenófobo no ha aumentado, se trata más bien de una baza utilizada hábilmente por los políticos”, apunta Ulf Bjereld, politóloga de la universidad de Göteborg.
Fuentes policiales, en cualquier caso, siguen negando que detrás del doble atentado de Breivik se escondan grupos de extrema derecha, porque consideran que su matanza sólo es fruto de un grave problema mental. Aun así, en Copenhague y Oslo se han extremado las medidas de seguridad en los lugares públicos y en las zonas donde habitualmente se concentra un mayor número de inmigrantes. Además, en los últimos días la policía noruega ha recibido más de una decena de falsas amenazas de atentados, realizadas presumiblemente por perturbados seguidores de Breivik, quien ha declarado ya en varias ocasiones que contó con ayuda para llevar a cabo sus propósitos.
Las fuerzas de seguridad nacionales, no obstante, están llevando a cabo un minucioso escrutinio de los portales y publicaciones islamófobas en los que se inspiró Breivik, algunas de los cuales también han sido empleados por la extrema derecha escandinava para elaborar sus controvertidos programas de gobierno. Preocupa, especialmente, la cada vez mayor profesionalización de estos grupos, el aumento de su propaganda para internet y su presencia, cada vez mayor, en las redes sociales. Hasta tal punto ha aumentado la desconfianza hacia estas formaciones, que la Europol ha creado un grupo de trabajo formado por medio centenar de personas para evaluar la seriedad de las amenazas de la derecha radical en los países nórdicos.
Del mismo modo, desde el Gobierno danés se hace hincapié en que la matanza llevada a cabo por Anders Breivik también puede provocar una respuesta por parte del terrorismo islámico, ávido de venganza tras el asesinato de Osama Bin Laden.
Al Qaeda
El 11-S está cerca y este año se cumple una década de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. Según apunta Rohan Gunaratna, autor del estudio Inside Al Qaeda, las redes jihadistas consideran a Noruega como un blanco legítimo, aunque de menor prioridad.
Desde 2003, el entonces número dos de Al Qaeda, y ahora líder, Ayman al Zawahiri, instó a los militantes a atacar al país en una grabación donde condenaba la invasión de Irak.
Noruega sigue teniendo un pequeño contingente de tropas en el norte de Afganistán. “Noruega es parte de la misión de la OTAN en Afganistán y, en cuanto a lo que se refiere a los jihadistas, cualquier país involucrado en lo que ellos ven como una ocupación ilegal de territorio musulmán es un blanco legítimo”, sostienen desde la Quilliam Foundation, donde consideran que la tensión en la zona ha ido en aumento desde que en 2005 se publicara una caricatura de Mahoma.
Las redes militantes se aferraron entonces al golpe de propaganda e instaron a atacar los países escandinavos, alimentados por la creencia de que Dinamarca, Noruega y Suecia son una misma nación.
De hecho, durante las revueltas que se produjeron en Damasco por la citada caricatura, las embajadas noruega y danesa fueron incendiadas.
Lejos de mejorar, la situación ha empeorado el último año. En noviembre pasado, la policía sueca elevó el nivel de la amenaza terrorista en el país, después de que un ciudadano sueco nacido en Irak se inmolase en Estocolmo.
Afortunadamente, solo una de las bombas que tenía adosadas a su pecho explotó y él mismo fue el único muerto.
Pero aquel suceso fue el primero de este calado en la historia de una tierra, Escandinavia, que ahora vive atemorizada.