X
LA COLUMNA > POR MANUEL IGLESIAS

Una jornada con impacto social

   

La realización de la Jornada Mundial de la Juventud es sin duda un acontecimiento de los más importantes que han sucedido en nuestro país y que, en su dimensión, algunos han comparado a la celebración de las Olimpiadas de Barcelona, aunque concentrado en un menor número de fechas.

Es relevante porque resulta imposible eludir el impacto que proporciona esa movilización de cientos de miles de personas, en su mayoría jóvenes, venidos de todo el mundo, con una relevancia social que incluso ha sido revalorizada, aunque sin duda esa no fuera la intención de sus protagonistas, con las manifestaciones contrarias a la presencia del papa, porque no se ha podido evitar el contraste de miles jóvenes alegres, con (y perdonen por la comparación, que ya sé que no es políticamente correcta) la cara de mala uva que tenían algunos de los que protestaban, con la argumentación de un gasto que, decían, no querían pagar ellos.

El desacuerdo es su derecho, pero con esa argumentación se puede poner en duda todo. Por ejemplo, llevamos algunas Cumbres Iberoamericanas y no se conoce un encuentro más inútil a efectos generales y del que menos se obtenga desde el punto de vista del ciudadano, pero se sigue celebrando porque tiene otras utilidades que no son el mero mercantiles.

Muchos, podríamos haber dicho que de mis impuestos no se pague esa reunión con festejos de altos mandatarios como la que se celebró en España, incluido el turismo interior de los jefes de Estado, como Fidel Castro en Galicia, y el gran despliegue de seguridad que obligó la protección del dictador cubano. Entonces nadie salió a manifestarse contra los gastos. Se entiende que hay unos beneficios implícitos que vás más allá del “tanto doy y tanto recibo” y, sobre todo, unas obligaciones naturales.

Más allá de los debates ideológicos, los réditos son indudables. Dicen que los jóvenes gastan poco y eso es cierto en parte, porque se han convertido en un sector de gran poder adquisitivo, como saben las marcas, pero difícil es pensar que una persona que viaja a Madrid en estas circunstancias no deja al menos cien euros en sus gastos y sólo por eso -y seguramente es mucho más-, con un millón de peregrinos, estamos hablando de cien millones de euros que cambian de manos.

Dinero en metálico que rueda. Y están las compañías aéreas, las de autobuses y de trenes; los hoteles que en Madrid, en agosto, suelen estar en baja, y que este año muchos han alcanzado el cien por cien de ocupación, porque también hay decenas de miles de personas, jóvenes y los que no lo son, como padres y acompañantes, que han buscado otros alojamientos diferentes a los colegios.

La actitud de los contrajornada no parecen haber deslucido mucho el acontecimiento, salvo en el daño que hemos tenido en la imagen de España en el exterior. Al final, como pasa con algunos platos, va a resultar que lo ácido como salsa resalta mejor el ingrediente principal.