NICOLÁS DORTA | Arona
Vivir en la calle supone un reto por la supervivencia más primaria. Comer se convierte en un reto diario, no hay horario para dormir y mucho tiempo para pensar. Mohamed Minum Abdelkaer, conocido como Jaime, lleva más de 14 años abitando cualquier rincón. Tiene 39. Su última residencia es un viejo colchón en la puerta de un restaurante cerrado del centro de Los Cristianos. Allí se abriga como puede y se calienta la sopa de sobre con un cazo. Su dieta se basa en las conservas y de vez en cuando se fríe el pescado que coge fresco en el puerto para venderlo.
También recoge comida de los contenedores cuando cierran los supermercados, junto a otros indigentes, como él, que sobreviven entre la basura. Antes vivía en un coche abandonado que la policía ha retirado de la calzada. “Me quitaron donde dormía y he tenido que buscar otro sitio, no me queda otra”, dice.
Jaime arregla cosas, pequeñas obras de fontanería, electricidad, que algún conocido le encomienda. Veinte, diez euros, ese es su sueldo en una vida en continua crisis. Se gastó todo el dinero que ganó como disc-jockey en los ochenta y los noventa, cuando pinchaba en las discotecas del Sur llenas de gente. Se metió en la droga, en los laberintos de la noche, en los placeres efímeros que hoy pasan factura. Su tía, que también vive en Los Cristianos, es la única que le ayuda. Le lava la poca ropa que tiene, le deja afeitarse, asearse cuando puede, entrar y salir de vez en cuando para no perder el norte del todo.
Los padres de Jaime son de Melilla. Se fue de su casa, en La Tejita, con 14 años. Es el mayor de cinco hermanos y poco sabe de ellos. “Cada uno tiene su vida”, dice. Esta persona solo pide que le ayuden, le da vergüenza pedir por la calle, quiere que le den un sitio para dormir, un trabajo, algo que le permita seguir adelante en una existencia llena de infortunios, elecciones desafortunadas, que lo han puesto al borde del abismo.
“Estoy desesperado”, decía ayer en un encuentro con DIARIO DE AVISOS, en un parque del centro de Los Cristianos. “Yo quiero un trabajo, una ocupación que me permita vivir bajo techo, solo eso, si hay que barrer todo Los Cristianos lo hago”, comenta y añade “yo quiero trabajar, tengo ganas, no me importa dónde sea”. Se encuentra “más que solo”, matiza. Por las mañanas le despiertan los pájaros, cuando no está su tía, para ir a la ducha se mete en el mar.
Jaime ha pedido ayuda a los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Arona, pero sigue en la calle sin dinero, sin comida y sin más objetivos que encontrar un sostén en su vida. “La asistenta social me ha dado cuarenta euros y me explican que no me pueden dar ayuda si no estoy apuntado en el Inem, donde tengo que solucionar unos papeles”. Pero tampoco tramita estas cuestiones, parece no tener fuerzas ni ya más paciencia. Está cansado de pedir ayuda al Ayuntamiento.
Jaime acude a la tienda de informática donde está su amigo Leandro Hernández, quien le echa una mano de vez en cuando. “Jaime es válido, sabe arreglar cosas, pero nadie le ayuda. Lo conocen desde hace diez o quince años y ha tenido mala suerte en la vida”, explica Leandro. José Eduardo y David también están a su lado y recuerdan aquellos tiempos cuando Jaime ponía música en las mejores discotecas de Las Américas. Están en paro pero tienen una vida ordenada, la que precisa Jaime.
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“Hay muchos como nosotros”
Los que viven en la calle se conocen, cada uno busca su sitio para dormir, descansar. Cada uno tiene su historia personal detrás de una apariencia. Luigi (Turín) aprovecha la sombra del parque del Centro Cultural para dar algo de agua a su perro y a su gato. Se gana la vida haciendo pompas de jabón para los niños. Su casa es la bicicleta, donde guarda todas las cosas: una pequeña cocina, ropa, y una jaula para las mascotas, lo necesario. Sonríe cuando se menciona la palabra crisis, dice que es un “invento de los mercados”. Su actitud es diferente a la de Jaime. Él no quiere que le ayuden a encontrar un trabajo, prefiere buscarse la vida sin tener que aguantar a un jefe, sin que nadie le gobierne. “Antes uno trabajaba pensando solo en ganar dinero, para qué” se pregunta.
Como Luigi hay otros, “muchos”, dice Jaime, que deambulan por las calles de Los Cristianos. “Somos bastantes”. Cáritas ayuda con la ropa pero hay problemas para encontrar donde comer. Luigi ha tenido algún desencuentro con la policía que prefiere no recordar. “Nos siguen bastante”, comentan. Lleva cuatro años viviendo de esta forma. A sus 49 años espera seguir adelante con esta lucha cotidiana.
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