Juan Miguel Padrón, alcalde de El Pinar, de El Hierro, tiene un olfato para los negocios que no se lo salta un galgo. Ni que fuera vulcanólogo, como es el caso de Eugenio Arcochea, que sí que sabe de volcanes, no en vano es catedrático de Vulcanología de la Universidad Complutense, o sea, un fuera de serie en la materia que nos ocupa. Que nos ocupa en estas líneas, pero que ocupa y preocupa, sobre todo, a los herreños, menos, al parecer, a Juan Miguel, que ve una gran oportunidad económica con la sola posibilidad de que se abra algún cráter en la Isla del Meridiano. No se lo reprocho, tampoco al catedrático. Un acontecimiento excepcional en Canarias, a día de hoy, aunque seguro que no hace millones de años, podría convertir a El Hierro en un destino turístico de primer orden. De turistas convencionales deseosos de sacar fotografías o películas de una erupción más o menos espectacular; y de turistas científicos, que ya no serían tan turistas, sino profesionales de la sismicidad y de sus consecuencias vulcanológicas. En semejante caso, las camas de El Hierro serían pocas para acoger a tanto viajero . En 1971 sucedió algo parecido en La Palma, en Fuencaliente, cuando el Teneguía comenzó a vomitar lava por sus boquitas -hubo más de un cráter- y condujo a la Isla Bonita a miles de viajeros, entre ellos a un servidor, que formó parte de una expedición estudiantil organizada por el IES Canarias-Cabrera Pinto, de La Laguna, cuando Leoncio Afonso (don Leoncio para sus alumnos) era profesor de Geografía, de Historia y de tantas otras asignaturas del bachillerato de la época. No le vendría mal a El Hierro, no, que un pequeño volcán, de efectos controlados, que no suponga una amenaza para las personas, ni para las cosas, mantuviera en vilo a los aficionados de estos fenómenos de la naturaleza y que, desde todas las latitudes y desde los cinco continentes, comenzan a llegar a la tierra de los lagartos de Salmor. Miles de personas de todas las nacionalidades, huéspedes dispuestos a gastar, especialmente si aterrizan, o entran en barco por La Estaca, con los bolsillos cargaditos de euros o de dólares, o libras esterlinas, o francos suizos que le levantarían la moral a las pymes y a los trabajadores y trabajadoras herreños. Lo que pasa es que, ahora mismo, el alcalde de El Pinar puede hacer todos los números que quiera, que otros los están haciendo ya, pero en la dirección contraria: es decir, en el sentido de las evacuaciones de lugares expuestos a derrumbamientos de decenas de herreños que ahora mismito no pegan ojo pensando en sus casas, sus muebles o sus animales de granja. Y lo que pasa es que ahora, lo que procede, es estar al loro para saber por dónde se encamina el magma. Y mucho me temo que esto no se sepa hasta que la primera lengua de lava comience a deslizarse por una ladera, porque el magma bajo tierra no se ve, aunque se presienta. A los herreños les gustaría explotar las ventajas de un volcán inofensivo para resarcirse de esta maldita crisis. Pero el problema es que el volcán puede ser inofensivo, pero también puede presentarse con malas pulgas, en cuyo caso habrá que poner tierra de por medio, como hicieron el 18 de noviembre de 1909 los habitantes de Las Manchas y de Santiago del Teide, que corrieron hacia Chío y hacia Guía de Isora, pensando que las lavas del Chinyero les iban a morder los talones, por más que el torrente incandescente se parara en seco, sin tocar ni una casa, o afectara a algún vecino. Aquella vez, decenas de barcos se apostaron en la costa de Playa de San Juan listos para llevarse a la gente. De momento mejor será que estemos todos tranquilos y nos pongamos a pensar cómo bautizamos el volcán, si es que la tierra pare un cráter. Chinyero y Teneguía han sido los dos últimos. Al que se forme en El Hierro podríamos denominarlo Volcán de Salmor, en honor a los lagartos gigantes.