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MEGÁFONO > LA CALETA DE INTERIÁN

Del azúcar a la sal marina

   

El enclave de litoral toma su nombre de un comerciante genovés. / MOISÉS PÉREZ

NATALIA TORRES | LOS SILOS

“No hay mayor dignidad en esta vida que ser caletero”, dice José Velázquez Méndez, miembro del Instituto de Estudios Canarios y cronista oficial de Garachico, además de caletero. Nacido en La Caleta de Interián, conoce mejor que nadie el devenir de este núcleo costero que se encuentra burocráticamente compartido entre los municipios de Garachico y Los Silos, aunque es a este último al que pertenece la mayor parte de la población de 1.295 habitantes (según el padrón a 1 de enero de 2010), distribuidos en 96.000 metros cuadros de extensión. Un espacio que se encuentra enclavado entre barrancos y en el que se respira un aire añejo, como el de otros pueblos que con el paso de los años ha ido perdiendo habitantes.

Pocos pueblos tinerfeños disfrutan de un pasado tan rico como el de La Caleta de Interián, teniendo que remontarse hasta 1506 para conocer su origen, año en el que se creó la parroquia de San Pedro de Daute. “Dentro de la cabecera de la parroquia se encontraba la gran hacienda de los Viña, un trozo de terreno que el Adelantado Alonso Fernández de Lugo dio a Mateo Viña según se recoge en las actas del Cabildo”, explica Velázquez.

Banquero

Para poner en explotación estas tierras, Mateo Viña tuvo que pedir dinero prestado a un rico banquero genovés, de apellido Interián. El pago a este banquero se hacía con azúcar pero, como señala el cronista, “los tiempos vinieron malos, entonces llegaron a un acuerdo y Viña dividió la hacienda a la mitad con Interián” y de ahí el nombre de La Caleta de Interián. El hecho de que Garachico y Los Silos compartan dominio sobre este núcleo, aunque solo es sobre el papel y en actos oficiales, porque a efectos prácticos, como señala Velázquez, el resto del tiempo La Caleta de Interián se mueve como un núcleo independiente, se debe a que, según relata el cronista de Garachico, “este último municipio se olvidó de ese terreno perteneciente a Interián hasta el 1903, cuando se crearon los municipios”. Durante todo el tiempo trascurrido desde la división de los terrenos de los Viña, estos, que a su vez habían dividido la hacienda entre sus herederos, habían realizado modificaciones: “De forma que del barranco original que dividía ambos municipios, se había pasado a un barranquillo usado para desviar el agua, como nueva separación, a lo que se acogió Los Silos para quedarse con la mayor parte de La Caleta”.

El argumento de Los Silos se basaba en una cartografía realizada en 1835 en la que se delimitaba ambos municipios con el barranquillo. Aunque Garachico intentó rebatir ese argumento, lo cierto es que “Los Silos tenía muchísimas influencias y cuando fueron a Madrid a defender esos terrenos, lo hicieron delante de Primo de Rivera, que se caracterizaba más por la equidad que por la justicia y finalmente dio la razón a Los Silos”.

Población

El cultivo de la caña de azúcar y de vid plantada por los Viña, fue el origen de los primeros pobladores de La Caleta, que una vez terminaban sus faenas agrícolas se dedicaban a pescar, marinear y recolectar sal. En la actualidad la mayoría de los habitantes de este barrio viven del sector servicios (turismo), construcción, empaquetado de frutos, así como de la agricultura (plátanos e invernaderos de flores y verduras). El azúcar, la vid, la pesca, la sal y la seda, han desaparecido como actividad profesional, si bien, algunas de éstas perviven y se practican como mero entretenimiento artesanal.

“Aquí llegó a haber diez barcas de pesca, de las que vivían familias enteras, ahora no queda ningún barco”, relata Velázquez. “El negocio de las almejas daba mucho dinero”, continúa el cronista, “pero la colocación de un emisario se cargó todo el negocio”. Los habitantes de La Caleta de Interián presentan una media de edad elevada, muchos superan los 80 años, ya que los más jóvenes a medida que han ido saliendo para buscar trabajo no han regresado al barrio. En los últimos diez años, tal y como recoge el Instituto Canario de Estadística (Istac), el núcleo poblacional de La Caleta de Interián ha mantenido su población más o menos estable. Así en el año 2000 contaba con 1.205 habitantes censados, en enero de 2010 esa cifra era de 1.295.

La playa

En cuanto al aspecto actual del barrio, aún pueden verse algunas de las casas originales que datan del siglo XVI, pero la mayoría ha desaparecido. Su playa, de arena negra, por la que se cargaban los toneles de vino rumbo al puerto de Garachico, es uno de sus mayores reclamos turísticos. La tranquilidad del pueblo es otro de sus atractivos; pasear por sus calles permite respirar una tranquilidad inusitada en las grandes urbes.

En cuanto a las infraestructuras, tanto Garachico como Los Silos se han encargado de dotar con las necesidades básicas a una población que, por ejemplo, cuenta con dos locales sociales, uno por cada ayuntamiento.

En cuanto a las peticiones que el pueblo hace, la más insistente es la relativa a un médico, puesto que ahora se tienen que desplazar bien a Los Silos o Garachico para recibir asistencia sanitaria. La Caleta de Interián. Una aproximación a su historia, es el libro escrito por José Velázquez Méndez y que ha servido de apoyo para elaborar esta información.

Un oficio para el recuerdo

Carmen Palenzuela pone a secar la sal en la azotea y cuando está lista la guarda en cubos. / MOISÉS PÉREZ

No ha sido un buen año para la sal. El mal tiempo, al igual que para otros cultivos, ha hecho que las salinas de La Caleta no hayan sido productivas. Carmen Palenzuela se lamenta de que no ha calentado el sol lo suficiente. Ella lo sabe bien: desde que era muy pequeña acudía a las salinas con su madre a recolectar la sal. Ahora ya solo es un pasatiempo para ella y su marido: “Vamos porque nos gusta pero la verdad es que ya no queda gente que vaya a las lajas a recolectar la sal”.

Carmen es una de las pocas recolectoras de sal que quedan en La Caleta. Aprendió el oficio de su madre y ahora será una vecina la que atienda sus charcos porque “ninguno de mis hijos o mis hermanos quiere hacerse cargo”. Atiende los charcos que atendía su suegra; los de su madre “como yo trabajaba se los tuvo que dar a una vecina”. Los charcos, aunque no tienen propietarios, se dividen como si de parcelas se trataran y “cada uno respeta los de otros siempre que estén atendidos”, matiza Carmen, aunque añade que antes había más respeto: “El año pasado nos echaron aceite y no pudimos coger la sal”.

Las lajas

La preparación de las lajas comienza en junio y se prolonga hasta octubre, mes en el que “aunque que caliente el sol ya no se puede coger la sal porque se pega a las rocas”. Durante esos meses, Carmen se dirige a las lajas donde limpian el agua y la dejan que “se curta” dentro de los charcos. “A veces viene el mar y te los ensucia y tienes que volverlos a limpiar”, explica. Este año le ha pasado un par de veces y como el tiempo tampoco ha acompañado solo han cogido un par de cubos. Los años buenos pueden llegar a recolectar hasta 100 kilos de sal. Si el tiempo está bueno y la mar no ensucia los charcos, en ocho días pueden coger la sal, “cuanto más curtida esté el agua, mejor”, dice Carmen. La sal que recolectan es para consumo propio, “nos la quedamos para nosotros y vamos gastando de ella y si algún vecino nos hace un favor pues se lo pagamos con sal”. Confirma que no se puede vivir de esto: “”s una afición que no da dinero y sí mucho trabajo”. La sal de las lajas es mas suave en su sabor que la que se comercializa habitualmente. “Mi madre la usaba cuando ponía la leche a guisar”, relata esta caletera, que reconoce que no puede “gastar de otra que no sea de ésta, aunque hay gente a la que no le gusta”. Carmen Palenzuela ya piensa en la temporada del próximo año, en el que espera que el tiempo acompañe y ella y su marido puedan coger una mayor cosecha de sal.