Varios de los actuales mandatarios de América Latina trasmitieron a sus pueblos, durante meses, su certeza de que sus países estaban a salvo de la crisis económica internacional que arrasa a Europa y EE.UU.
La falta de vinculación con las hipotecas basura y los capitales especulativos, o el férreo control entre exportaciones e importaciones, fueron algunas de sus explicaciones para justificarlo, olvidando qué otros factores les han ayudado a crecer, tal es el caso de la fuerte capacidad de compra que tuvieran hasta ahora Europa y EE.UU. dado su crecimiento, y la alta cotización del dólar -moneda de intercambio internacional- en la comparación con sus divisas locales al momento de esas compras, olvidando además que, al caer estos dos bloques, también ellos ya sienten los efectos. Esa gran captación de dólares, para países exportadores de grandes volúmenes de alimentos como estos, fue durante la última década la panacea que les permitió reducir el desempleo, aumentar el consumo interno, elevar sus reservas de divisas, pagar su endeudamiento exterior y adquirir insumos externos industriales a valores de intercambio que poco importaban que fueran elevados.
Hoy, con el dólar cotizando por el suelo y la caída del volumen de ventas, se les hace necesaria una devaluación para mantener esas ventajas comparativas, que han desaparecido, por lo que Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela van por el mismo camino de la devaluación que acaba de concretar Brasil, pese a sus duras consecuencias: aumento de precios de productos de alimentación, tarifas de agua, luz y combustibles, y recorte a sus -excepto pocas excepciones- casi nulos planes en sanidad, educación, infraestructuras y pensiones públicas, ante la imposibilidad de ayudas del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y las entidades financieras privadas, en tanto que el Banco del Sur, propuesto por el presidente venezolano Hugo Chávez, aún es papel mojado, mientras que el enfriamiento de las economías de Europa y EE.UU. vaticina que no habrá las compras de la década anterior.
Todos saben que esto es absolutamente necesario pero que, hasta que vuelva a generarse un reacomodamiento interno de las economías, habrá estallidos sociales. La incógnita es cuando adoptará cada uno la decisión, más aún en países que afrontan elecciones presidenciales, como Argentina (octubre próximo) o Venezuela (en casi seis meses), y nadie quiere una brasa caliente en las manos antes de afrontar el dictamen de las urnas.
La fiesta terminó. La crisis llega a todos y, mal que les pese a los líderes latinoamericanos, aún cuando esta vez no sea su culpa, el crack económico-financiero mundial alcanzará a sus pueblos.
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