Cuántas veces las mujeres hemos llorado por la presencia del hombre que amamos, y quién no ha sentido la pérdida de la oportunidad de un amor importante. Pero, antes de seguir con esta columna, quiero dedicársela a los hombres y a su historia de hombres, y al guerrero que cada hombre lleva dentro. Las mujeres hemos pedido a los hombres cada siglo que pasa que nos miren, nos amen, que nos toquen con su piel y nos entiendan, y que caminen a nuestro lado…, y que no nos abandonen… Y deseamos hombres de verdad, anhelamos esta presencia masculina, aunque haya mujeres que afirmen “que no necesitan a los hombres”, opinión que respeto, pero que no comparto. La presencia masculina en la vida no sólo es necesaria sino que es vital, y la sal de la vida entre lo masculino y lo femenino, independientemente de nuestra condición sexual, es algo a lo que no se debe renunciar. Y es que, en el paraíso de los hombres, podemos encontrar hombres con ternura, amantes pasionales, seguros de sí mismos, inteligentes, sabios, creativos, increíblemente tímidos, caballeros de noble corazón, padres y padrazos, y, antes o después, inexorablemente, nos toparemos con el guerrero de ese hombre. Y seamos hombre o mujer sólo nos queda una opción con el guerrero interior del hombre: reconocer en qué estado emotivo se encuentra y amarlo tal y como es. Tal vez, otra opción sea no mirarlo, darle la espalda. También puede suceder. Los guerreros entre ellos se reconocen, se honran; también se juzgan y se recriminan entre ellos ciertos comportamientos y ademanes masculinos. Así me consta por parte de ellos. Y nosotras, las mujeres, a pesar de que ellos nos lo expliquen haciendo uso del tópico: “Somos muy lineales y muy simples”. La verdad es que llevamos siglos tratando de entenderlos, y aún nos quedan tantas cosas por descubrir en vosotros que al menos, la que suscribe, y creo que otras muchas mujeres, queremos conocer los detalles pequeños masculinos. Sí, justo esos matices de hombre que albergáis en vuestra cueva, y por los que os preguntamos con un: “¿Te sucede algo, cariño?” También es cierto que hay un gran universo de diferentes hombres y guerreros; existen los héroes, los míticos y los anónimos de cada día. Pero sobre todo al que más anhelamos es al guerrero que decide salir de su cueva para compartir, para enamorarse y dar un salto sin cuerdas de seguridad, y para mostrarse desnudo, sin miedo; el hombre que se siente a salvo enfrente de la mujer que lo mira, el que decide tomar el descanso del guerrero y deponer la lucha mental y emocional con su propio corazón; el que decide quedarse al lado de la mujer para aprender con ella, disuelve la huida, y confía en su amante; el guerrero que dejó de ir a las cruzadas porque se encontró a sí mismo. Aunque parezca poesía, no deja de ser una realidad cotidiana lo que puede mover un solo hombre en el corazón de una mujer. Puede dar las alas de la vida a ella, para construir un mundo íntimo y seguro, y ella volará hacia él, confiada en que él la tomará en sus brazos, y ese abrazo es el que anhelamos; esa presencia masculina. Existen hombres que pueden cortar el vuelo de una mujer para siempre, con un duro golpe de guerrero herido o agresor, y pueden romper el corazón, su sexualidad, su espíritu femenino, o la vida misma; y esas mujeres y hombres heridos quizá ya no confíen más, pero entregaron la vida otra vez, y esta sociedad “nuevamente” llorará su vacío. Entonces necesitamos más el abrazo del guerrero.
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