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¿Es muy difícil la honradez? > Tomás Gandía

Erróneamente nos figuramos que vale más poseer las cosas que hacerlas, y esta pifia sube de punto cuando eludimos el trabajo y admiramos a su ejecutor. Si de pronto desapareciera el fruto de hombres y mujeres laboriosos, con cuantos descubrimientos e invenciones han acelerado el progreso humano, triste sería la suerte del mundo. La máquina humana no está construida para permanecer ociosa, pues todo indica en ella la necesidad de firme y vigorosa acción. Parece ser que para muchos, lo que constituye aquello que pudiera llamarse “los más puros placeres de la vida”, arrancan más bien de la expresión que de la sensación. Según se oye, resulta que multitud de gente considera mayormente placentero pintar un cuadro que contemplarlo, y más agradable cantar que oír el canto. Dotada la persona de todos los medios imaginables de deleite, muy pronto agota el placer que le causa la posesión de objetos agradables; pero, cuando abre amplio cauce al flujo de sus energías, nunca consume el placer de actualizarlas en la acción. Pudiera ser que la potencia receptiva de un organismo no fuese tan extensa como su potencia donadora.

La expresión generalmente aventaja a la impresión. Uno de los aspectos que han caracterizado a multitud de individuos en todas las épocas de la historia universal es el haber quedado marcados y esclavizados por la apetencia y afán de lucro, que desemboca finalmente en el hastío.

La dicha dimana de dar y entregar, no de recibir y retener. Lo que el ser humano es, no lo que tiene, labra su felicidad o su infortunio. Alguien dijo que “la felicidad es el hambre de dar; el infortunio, el hambre de adquirir”. Ella sería el premio de los servicios prestados al prójimo, del heroico esfuerzo de desempeñar nuestro papel y cumplir nuestro deber en este planeta o en otro. Derivaría del deseo de ser útil, de mejorar nuestro mundo, de modo que pudiese vivirse menos penosamente en él, a causa de los esfuerzos. Se produce la dicha en el normal ejercicio de las facultades, que, cuando no les damos frecuente aplicación, se debilitan, alternando la armonía síquica, aparte de que, al negar el concurso preciso de contribución a la imprescindible obra colectiva, se lastima el sentimiento de justicia.

La honradez es uno de los elementos constitutivos de la dicha en la persona, y no puede ser honrado a quien le repugna colaborar. El rico difícilmente puede llegar a construir su felicidad personal, ya que lo atormentaría el convencimiento de la inferioridad propia, derivada de la inacción en que mantiene sus facultades. El anhelo de la dicha supone tener no solamente actividad sino realizar lo mejor posible todo cuanto se haga.