Es interesante analizar cómo un movimiento con una base argumental tan comúnmente compartida, omo es el 15-M (con o sin los apellidos de Democracia Real Ya), no consigue cuajar entre la población española. Entre sus propuestas, cualquier persona (independientemente de su ideología) puede encontrar medidas que tomaría como propias; incluso, la mayoría de ellas. Además, surge en un momento con graves dificultades para la mayoría de los ciudadanos. Entonces, si la mayor parte del fondo y el momento son adecuados ¿por qué no cuaja? Sólo hay que ver lo sucedido el pasado sábado, 15 de octubre, en Santa Cruz de Tenerife, con apenas 5.000 o 10.000 personas (según quien las contara), o en Las Palmas de Gran Canaria, con 5.000 manifestantes (según la prensa), cuando en ambas Islas se roza el millón de habitantes.
En mi opinión, tres son las claves del fracaso de este movimiento en cuanto a capacidad de movilización ciudadana se refiere (porque es innegable su repercusión mediática): la frivolidad de varias de sus propuestas, la tolerancia con los actos violentos durante sus actividades y la identificación con las ideologías más a la izquierda. Varias de las propuestas que durante estos meses ha lanzado el movimiento son positivas (reducción de los cargos de libre designación, jubilación a los 65 años, ayudas al alquiler para jóvenes, aplicación efectiva de la Ley de Dependencia, control del fraude fiscal o la independencia del poder judicial). Pero hay otras ridículas, ya sea porque son irrealizables (repartir el trabajo reduciendo la jornada hasta acabar con el desempleo), o porque pecan de irresponsabilidad al proponerlas sin indicar cómo se financian (ejemplo: contratar al personal sanitario necesario para acabar con las listas de espera). Esa incoherencia propositiva les hizo perder credibilidad entre quienes analizan en profundidad las propuestas políticas.
Quizás la incidencia que más daño les hizo fue demostrar tolerancia (cuando no el fomento por parte de algunos de sus miembros) en relación a las acciones violentas durante sus encuentros, como fueron: acampar en las vías públicas sin tener permiso para ello, mermando hasta casi desaparecer la recaudación de decenas de miles de pequeños comercios en las principales plazas de toda España; rodear las instituciones democráticas locales durante la toma de posesión de los nuevos alcaldes y presidentes de diputaciones y cabildos, precisamente, unos días después de que los ciudadanos ejercieran libremente el derecho del voto, y perseguir por las calles a los concejales electos (cuando no golpear directamente sus vehículos); impedir el acceso a los parlamentos de los representantes democráticos de los ciudadanos, como sucedió en el Parlamento Valencia o en el de Cataluña, obligando a su presidente a llegar en helicóptero; acosar e insultar a niños católicos en Madrid durante la Jornada Mundial de la Juventud; la quema de contenedores y lanzamientos de objetos a los funcionarios de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado durante las manifestaciones. No bastaba con desmarcarse de estas acciones violentas, como hicieron, sin denunciar inmediatamente a sus autores. La escalada de violencia no fue a más, no gracias a las escasas acciones del 15-M contra sus miembros violentos, sino al trabajo (no exento de alguna que otra incorrección) del Cuerpo Nacional de Policía, de la Guardia Civil y de las policías locales. Este jugueteo con la violencia verbal o física para llamar la atención, les hizo perder credibilidad entre la mayoría de la población que respeta el Estado de Derecho.
Y por último, la vinculación directa con las ideologías de izquierda en general y, más concretamente, con sectores procedentes del comunismo o nuevas tendencias situadas en el ala izquierda de la izquierda, como los autodenominados ecosocialistas u otros que se consideran fuera del sistema democrático (okupas). Desde pedir ir a votar en mayo por cualquier partido “menos PP o PSOE”, hasta la admiración de su ideólogo Hessel por Zapatero, pasando por protestar contra la situación económica de España delante del despacho de Esperanza Aguirre (como si les diera vergüenza ir a La Moncloa), o ver a Llamazares convocando el 15-O. Todas estas acciones les hicieron perder credibilidad entre los votantes de centro-derecha y los de izquierda moderados. Y mira que con cinco millones de parados, había razones más que suficientes para estar indignados.
*Exportavoz del PP en el Cabildo de Tenerife y en el Ayuntamiento de Santa Cruz