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¿Quién da más? > Francisco Pomares

Lo de Rubalcaba el viernes en el Auditorio tuvo su miga: nos recordó que Zapatero subió la inversión anual en Canarias de los 200 millones de euros a los 300 (por fin alguien nos aclara cuanto dio de sí el Plan Canarias), y prometió a los vecinos de Las Chumberas desatascarles el convenio en una semana. Me alegraría mucho que ocurriera -vivir entre puntales de obra no es muy agradable-, pero resulta penoso que tenga que venir Rubalcaba para que Zapatero cumpla su compromiso de las pasadas elecciones. O sea, lo de siempre.

Personalmente, me pone de los nervios que los políticos aterricen en campaña cargaditos de buenas nuevas. Qué quieren que les diga… no acabo de creerme lo que nos prometen. Preferiría un discurso más pegado a las dificultades, que uno cargado de intenciones de a tanto la pieza. Uno espera que en las situaciones difíciles surjan personas providenciales, dirigentes capaces de explicar sin falsedades ni exageraciones que es lo que nos depara el futuro y cuáles son los esfuerzos que habrá que hacer para intentar sortear los peligros. Uno cree que en este país aún nos hace falta alguien que parafrasee de Churchill (sir Winston) la parte del sudor y las lágrimas (la sangre, prefiero creerme las buenas noticias y pensar que se ha acabado para siempre). Uno desea que nos traten a los ciudadanos como seres adultos y conscientes, capaces de entender que arreglar la situación va a suponer sacrificios y renuncias. Y -sobre todo- que ese cambio a la hora de contarnos lo que hay, ocurra antes de las elecciones, que es cuando realmente tienen valor los discursos, y no después.

No me gusta un pelo que Rubalcaba se descuelgue ahora con los recortes que no hay que hacer, después de haber firmado como miembro del Gobierno la congelación de las pensiones, la rebaja salarial a los funcionarios y los recortes a la Ley de Dependencia. Pero tampoco me gusta un pelo que el PP oculte hasta después del 20-N las medidas que van a adoptar sus Autonomías (ni una sola ha aprobado su presupuesto) para contener el gasto público, por miedo a la reacción de los afectados. No me gusta que nos traten como si fuéramos una cuadra de imbéciles incapaces de afrontar la situación. Una cuadra a la que se puede subir los impuestos, reducir los servicios, tratar con chulería y encima recriminar la falta de civismo y madurez por que, cada vez más, este circo electoral nos motiva menos.