Escribo estas líneas con la esperanza de que acabe el verano. Dicen por ahí que el otoño ya empezó, el 23 de septiembre, pero nadie se lo cree. A lo mejor es porque el otoño sí empezó en Santander pero yo vivo en Canarias y aquí estamos todavía a 30 grados. Además, hay una señal más evidente aún de que el verano no ha finalizado. Porque si unos dicen que el otoño ya empezó, yo digo que el verano no acaba hasta que no deja de sonar la canción del verano. Y a mi alrededor, en cada rincón, en cada esquina, en cada playa, en el parque marítimo, en la fiesta de la bicicleta, aún sigue sonando Danza Kuduro. Sí, ya sé que es duro. ¡Kuduro!
La canción es pegadiza y tiene ritmo, no lo vamos a negar. Es un 4/4 que comienza en La menor y pasa por Fa, Do y Sol repitiéndose la misma secuencia de cuatro compases hasta que la canción acaba y alguien la vuelve a poner otra vez. En efecto, no es complicada. ¿Qué esperabas? ¡Es la canción del verano! Es para bailar, reírse y ligar, si quieres complicaciones ponte a escuchar a J. S. Bach.
Puede que muchos no sepan que el kuduro -en portugués cu duro (“culo duro”) – o kuduru es una música de origen angoleño que nació a finales de los años 80. De hecho, en Portugal llevan décadas mezclando estos ritmos africanos con músicas tecno y house pero sin dar con la receta del éxito: una letra que te invitara a poner “las manos arriba” y dar “la media vuelta”.
Así que, una vez más, ya todo estaba inventado. J. S. Bach también vuelve a ganar en originalidad, aunque hay que reconocer que la polifonía acompaña mucho peor una paellada en un chiringuito.
Quizás le haya cogido manía a la canción porque no me gustan demasiado los vídeos en los que el cantante nos muestra su deportivo, sus joyas, un yate y la mansión en la que convive con alrededor de 50 esclavas sexuales en bikini. En fin, que quieren que les diga: me quedo con Georgie Dann. Esta siendo un kuduro y caluroso verano, esperemos que acabe cuanto antes.