EDUARDO GARCÍA ROJAS | Santa Cruz de Tenerife
El escritor Juan José Delgado (Valle de San Lorenzo, Tenerife, 1949) cierra con La trama del arquitecto la trilogía sobre la violencia que inició con Cantos de verdugos y ajusticiados y continuó con La Fiesta de los infiernos. Editada por Tropo, su nueva novela se desarrolla en Nubada, e indaga también en otras claves como pueden ser la manipulación y la guerra. Juan José Delgado es doctor en Filología Española, y autor de los poemarios Tres gritos favorables bajo las nubes, Comensales del cuervo y Un espacio bajo el día. Como ensayista destaca El cuento literario del siglo XX en Canarias y, recientemente, la Antología Rafael Arozarena, tercer título de la colección Manuel Padorno presentado por la Academia Canaria de la Lengua. Director de la revista Fetasa y Cuadernos del Ateneo, en estos momentos se encuentra preparando un trabajo en el que analiza la novela desde la modernidad hasta la actualidad.
– ¿Por qué ha tardado tanto tiempo en publicar su nueva novela, La trama del arquitecto?
«Por varias razones. Una de ellas es que cuando termino una novela ya estoy pensando en otra aunque mi problema es que una novela no nace con una idea sino con sensaciones que me vienen a través de los personajes. Y hasta que no consigo saber hacia donde van esos personajes no tomo apuntes sino que los tengo en la cabeza. Cuando creo que ya estoy en el camino, la escribo. También está el hecho de que cuando finalizo una novela no es fácil encontrar editor que la publique, así que transcurre un tiempo en el que el texto hiberna, y esa hibernación puede ser de años porque no soy de los que están al tanto de buscar editorial. Con La trama del arquitecto, por ejemplo, fue Víctor Álamo de la Rosa quien la propuso a Tropo y cuajó. Si a esto añadimos que soy bastante lento, que cuando escribo una novela la recompongo y rompo para recomponerla otra vez, podría decir que estos han sido los motivos que explican porque sale ahora y no antes La trama del arquitecto».
– El caso es que la novela ya no le pertenece a usted sino a los lectores. ¿Qué sensaciones tiene?
«Los que han leído la novela me comentan que les parece muy rara. Y tengo que aceptarlo aunque para mi no es rara. Intuyo que esa rareza se debe a que La trama del arquitecto se aparta de lo real y se centra en situaciones y conflictos que observamos en la realidad pero desde una perspectiva en la que pretendo racionalizar que hay mucho engaño en la realidad aparente. Empleo entonces el lenguaje –la novela es un mundo, un mundo de lenguaje– para explorar esas realidades y arrancar pedazos de lo que está más profundo. Este tipo de trabajo va por partes, por fragmentos, que después la novela se encarga de manera inevitable de establecer en un mismo marco para explicarlo en su totalidad. Es una forma de acercarme a una realidad para aprovecharme de ella mediante el lenguaje, una estilización del lenguaje que representa una realidad novelística y que en cierto modo pueda aproximarnos a una realidad que, a mi juicio, se enmascara como si no quisiera presentarse como es. Y yo quiero saberlo, así que intento expresar todas las experiencias que estoy viviendo ante ese mundo. Vivencias que deseo ofrecer porque son impresiones que tengo, experiencias que necesitan convertirse en mundo novelístico que no sé como va llegar al lector. Parto del supuesto que todos estamos alimentándonos de una misma cultura y que por lo tanto contendrá elementos que compartir. Esa al menos es la esperanza que tengo, pero el lenguaje es muy caprichoso».
– ¿Caprichoso?
«Sin una razón fijada podemos coincidir en el ochenta por cierto porque yo veo lo que probablemente tú ves, pero si hablo de impresiones las cosas cambian porque proceden de la experiencia, de las relaciones que cuentan con elementos no visibles y ahí comienza la fantasía, la imaginación, los deseos. Y eso no se puede compartir aunque sí aproximar y de ahí que cuando me meto en una novela yo sea el centro porque las experiencias en este mundo un tanto confuso que uno puede tener, las confronta con el mundo real para ver la distancia que mantiene uno respecto al otro y a partir de ahí empleo el lenguaje que, por lo menos para mi, es el de un mundo real enmascarado».
-¿Eso explica entonces que haya recurrido a un territorio mítico, Nubada, para contar la historia?
«Busco un mundo real pero no creo que el mundo real que imagino sea el único. Por eso la búsqueda de mundos intangibles y, al igual que los surrealistas pero no con técnicas surrealistas, pienso que la realidad del mundo es la que se prolonga con los sueños, la fantasía. En el mundo real hay demasiadas cosas ocultas que deciden su marcha. Yo intento desenmascarar esas fuerzas».
– Pero ¿por qué Nubada y no ambientar La trama del arquitecto en el mundo real?
«Porque pienso que el realismo ya tuvo su momento. El realismo parte del supuesto de la realidad observable, que es la realidad social; una realidad –la social– que ya estaba hecha porque contaba con unas normas que la burguesía del momento se encargó de establecer. Así que todo resultaba claro. En el mundo de hoy no hay nada claro, por lo que si quiero saber los porqué nos regimos en la actualidad la cosa es muy compleja y no puedo realizarlo por la vía directa, que es la del realismo. Por ello, establezco una especie de alegorismo narrativo, una ironía para confrontar dos realidades porque ignoro donde está la auténtica realidad. Y la ironía da la síntesis de esas dos realidades confrontadas: la del mundo que dice este soy yo y la que dice que te está engañando ese mundo que dice ser él».
– Escoge por lo tanto otra vía.
«Sí, porque entiendo que a través de la vía de la racionalidad no se puede llegar a la realidad del mundo de hoy, que ha perdido su confianza, entre otras cosas, en lo racional. Estamos viviendo actualmente por impulsos, impulsos promovidos por agentes ocultos. Así que esos detalles expresados de manera realista seguirían las indicaciones de aquellos que están controlando el mundo y que los medios de comunicación han contribuido a hacernos creer. Nos están imponiendo una realidad, y como yo no creo en ella tengo que indagar en esa realidad que creo que hay detrás de las máscaras. Y el realismo no me permite eso, por eso apuesto por la indagación, la introspección, la fantasía, la imaginación».
– ¿Y cómo muestra esa realidad en La trama del arquitecto?
«Los personajes me han dicho que debo tratar el tema de la violencia, tema del que ya me ocupé en La fiesta de los infiernos, solo que en esa ocasión concentrado en una ciudad como Santa Cruz de Tenerife. ¿Por qué?, porque quise reflexionar sobre el enmascaramiento que se da en una sociedad que se pone la careta oficial en unos Carnavales cuyo tema es el Nazismo. Y en determinado momento de la novela nadie sabe donde está la realidad y la ficción. En La trama del arquitecto la violencia ya no necesita enmascarare y por ello ya no necesitaba de un espacio reconocible. En este aspecto, todos los que pensamos en un sentido global sabemos que partimos de lo local, esa es mi idea. En La trama del arquitecto la guerra abierta se produce en el interior de la sociedad y contra otra sociedad que hace plantear la cuestión ¿por qué esa guerra?»
– ¿Por qué esa guerra?
«Parto del supuesto que estamos siendo conducidos por sujetos que no son precisamente el dictador de Nubada, sino elementos que lo manipulan. Al dictador. Los personajes en mi novela se convierten en títeres, peleles».
– Alguno han calificado La trama del arquitecto como novela esperpento. ¿Está de acuerdo?
«Valle Inclán es una referencia porque no aceptó la cultura que en aquel momento se estaba imponiendo en España. Una cultura tragicómica. La trama del arquitecto expone una situación grave mediante un lenguaje cómico, quizá sea por eso por lo que algunos la califican de esperpéntica. Hay una ambivalencia en mi novela, pero mi intención es abordar las situaciones realmente graves que nos aquejan en la actualidad sin el prisma de la banalidad.
– La violencia es una de las claves de su novela.
«Me pregunto ¿por qué surge la violencia? La violencia surge porque todo el mundo quiere acaparar poder político, económico, informativo, incluso someter las mentes por la vía de la religión. Mi novela pretende ser una crítica a ese poder que solo quiere servirse para sí mismo y no para mejorar la sociedad. La guerra es una especie de punto donde confluyen todas esas representaciones de poder que describo en la novela».
– Con La trama del arquitecto cierra una trilogía de obras muy preocupadas por estos temas.
«Efectivamente, pienso que he cerrado la trilogía de la violencia o de la guerra. En la primera novela, Cantos de verdugos y ajusticiados, el tema que proponía fue el de la llegada de los conquistadores a las islas y el enfrentamiento con sus primeros pobladores. Ese enfrentamiento es violento, así que la idea de la insularidad planea en ella. Es una novela en la que también empleo la técnica del esperpento. En La fiesta de los infiernos me alejo de los planteamientos históricos aunque la violencia está presente también. Ahora, en La trama del arquitecto, si las situaciones hubiesen necesitado acercarse al espacio insular seguro que lo hubiese hecho pero no era el adecuado para presentar a un dictador porque transcurre en un país. El tema de la insularidad no puede casar con la idea que estaba desarrollando, así que necesitaba un país con frontera para que entrara en guerra con su vecino. Con esto quiero decir que es la propia novela la que te exige si te sitúas en la insularidad o levantas algo que está en la nube. Y La trama del arquitecto está en la nube. La insularidad es interesante siempre y cuando responda a las exigencias de la novela».
– ¿Por eso recurre a Nubada?
«Un territorio mítico nace con intenciones fundacionales de ese mismo territorio. En este sentido, no creo que Nubada sea un territorio mítico porque no tiene entidad suficiente. No alcanza a ser un Yoknapatawpha, una Comala, porque La trama del arquitecto no es una novela de espacios sino de personajes y situaciones, y el territorio mítico necesita ser novela de espacio».
– Muchos narradores canarios sí que recurren al territorio mítico.
«Estos autores, a mi juicio, crean una realidad imaginaria con muchos componentes reconocibles de insularidad que intentan hacerla trascender. Personalmente, no creo que se trate de un capricho, sino de una necesidad por enriquecer el lugar en el que viven y al que añaden elementos imaginarios de los que carece su territorio».
– Con La trama del arquitecto cierra un ciclo. ¿Qué vendrá ahora?
«Ya me están pidiendo permiso personajes para una nueva novela que no será esperpéntica. Tiene ésta otro tono, aunque siempre habrá una reflexión sobre la violencia».
– Antes hablaba de la ironía. ¿Está presente la ironía en La trama del arquitecto?
«La ironía es un recurso que significa distancia en muchos sentidos. He tenido que tener mucha fuerza para no acercarme a algunos de los personajes y abrazarlos porque tenían que sufrir. Creo que hay que revolver al lector, fastidiarlo. Quiero comunicarle algo, llamar su atención. Y si lo cuento de manera objetiva no será lo mismo. Tengo que llamar la atención con el lenguaje, estilizar la escritura al máximo, producir impactos no solo por la vía de la crueldad sino también del humor para convencerle que la realidad que está no es una realidad objetiva ya que debajo de ella se encuentra otra realidad que no nos favorece».
– ¿Y cómo lo ha trabajado?
«Con impresiones porque no tienen continuidad sino asociaciones. Ese es el problema de esta novela. Estoy convencido que la escritura tiene algo de reto porque plasmo mis impresiones de la vida, de mí mismo. Es decir, cosas que no se pueden reproducir y los sentimientos que uno tiene ante determinada realidad son difíciles de expresar, necesitas del lenguaje para poder aproximarte a ese sentimiento. A esas situaciones».
– No tiene la sensación, de todas formas, que vivimos en un mundo que en vez de crecer intelectualmente lleva ya un tiempo en el que se está dado grandes pasos pero en la línea contraria. Para atrás y no para coger impulso.
«Vivimos en la infantilización de la cultura y de la educación. Nos quieren como masa porque el consumo necesita masas. El mercado, el consumismo, nos quiere como consumidores mientras disminuye paralelamente los valores humanísticos en educación. Es necesario, claro está, que progresemos en conocimientos tecnológicos pero hay que tener conciencia que sin razón humanística todos esos conocimientos tecnológicos no van a ningún sitio. Desgraciadamente, las reformas educativas buscan la merma de los valores humanísticos, lo que implica que no tengamos capacidad para reflexionar».
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Trilogía
Efectivamente, pienso que he cerrado la trilogía de la violencia o de la guerra. En la primera novela, Cantos de verdugos y ajusticiados, el tema que proponía fue el de la llegada de los conquistadores a las islas y el enfrentamiento con sus primeros pobladores. Ese enfrentamiento es violento, así que la idea de la insularidad planea en ella. Es una novela en la que también empleo la técnica del esperpento. En La fiesta de los infiernos me alejo de los planteamientos históricos aunque la violencia está presente también. Ahora, en La trama del arquitecto, si las situaciones hubiesen necesitado acercarse al espacio insular seguro que lo hubiese hecho pero no era el adecuado para presentar a un dictador porque transcurre en un país. El tema de la insularidad no puede casar con la idea que estaba desarrollando, así que necesitaba un país con frontera para que entrara en guerra con su vecino. Con esto quiero decir que es la propia novela la que te exige si te sitúas en la insularidad o levantas algo que está en la nube. Y La trama del arquitecto está en la nube. La insularidad es interesante siempre y cuando responda a las exigencias de la novela.
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