VICENTE PÉREZ (ENVIADO ESPECIAL) | El Pinar
La experiencia es un grado. Muchos ancianos herreños afrontan con serenidad y hasta buen humor la preemergencia volcánica en la Isla. Son muy pocos los que confiesan estar asustados, y es que todos recuerdan las erupciones de La Palma en 1949 y 1971, y saben que viven a lomos de una isla hecha de lava, con más de 500 cráteres a cielos abierto. También confían en los planes de protección civil que se han activado. A la guagua que baja desde El Pinar hasta La Restinga se suben tres jubilados: Mariano, Francisca e Isabel. Esperaban el transporte público en la parada de Aguachicho.
Toda esa zona está al sureste de El Hierro, y desde allí se sienten los seísmos mayores que se originan en el Mar de Las Calmas, donde, a unos 10 kilómetros de profundidad, está el magma ardiente intentando abrirse paso hacia la superficie. Mariano, de 79 años, parece enfadado con la alarma generada en la Isla. “Han amedrentado a los herreños, están asustando a la gente, y han corrido al turismo, ¿y ahora qué?”, exclama, mientras trata de quitarle importancia a los seísmos.
“Yo sí los he sentido, la casa ha temblado, pero no estoy asustada”, tercia Isabel, en tono más amable. Ellos no tienen preparada la maleta. “Ni velas he comprado”, confiesa Mariano, convencido de que “solo queda una montaña por reventar, la de Masilva, subiendo de El Pinar; las demás se han quemado ya; y no va a pasar nada”. Para él, en una teoría contradicha por la ciencia, los volcanes son las montañas que ya existen, y no puede surgir ninguno nuevo.
Francisca, que viste de luto, le ve el lado positivo: “Todo esto ha sido bueno para dar más fama a la Isla: muchas personas que no la conocían ahora la conocen, y un día seguro que vendrán a verla”. Ella nota los movimientos de tierra, pero dice no tener miedo.
La guagua, en su descenso al mar de La Restinga atraviesa campos de lava coronados de volcanes, como el que ahora se agita en las entrañas herreñas. El enfado de Mariano se va haciendo irónico. “Los periodistas deberían saber que Cristóbal Colón, en 1942, pasó por estas aguas; si no lo ha leído usted es porque es analfabeto”, añade.
Junto a ellos, Silvana, una pasajera de unos treinta años, relata que hasta hace poco vivía en Chile, donde experimentó terremotos de magnitud superior a 7,5 y de mucha duración. Los de El Hierro no han superado los 3,8 y muy cortos, pero son ya unos 10.000 desde mediados de julio. Trabaja en La Restinga, en un establecimiento turístico en el que su madre es encargada, y por eso le produce “ansiedad que dejen de venir turistas, pero también que la gente pueda salir lastimada o que pierdan sus casas por una erupción”.