A la hora de escribir estas líneas me replanteo mi amor por el Tenerife. Según la teoría de Antonio Calderón, si criticamos después de una derrota es que no queremos al equipo. Así que, o no quiero al Tenerife, o no sé demostrarle mi amor. El viernes, antes del lamentable partido de ayer en la Ciudad Deportiva merengue, el técnico gaditano nos deleitó con una clase de amor al Tenerife, una clase de pedir cariño y dar lecciones de cómo demostrar lo que sentimos por este club. Y la clase iba dirigida a los periodistas, ya que debe ser que cuando analizamos el pobre juego del Tenerife, lo hacemos desde el odio y la inquina que le tenemos al equipo. Y lo hacemos cegados porque el amor a este club se nos rompió de tanto usarlo.
Luego llega el simulacro de fútbol que intentó ayer el Tenerife en Madrid y estamos mediatizados por el mensaje de Calderón. Si criticamos no demostramos querer a nuestro equipo, si no lo hacemos estaremos negando una evidencia. Pues como siempre yo voy a describir lo que vi, sin influencias ni mensajes de artificio guiados desde la planta noble del Callejón del Combate.
Y ayer vi un arbitraje nefasto y parcial, un colegiado que maniató al Tenerife con dos tarjetas injustas y dañinas a Marcos y a Tarantino, un árbitro que señaló un penalti porque durante la semana previa había captado el continuo lloro desde el Real Madrid y sus medios acólitos, quejándose de errores arbitrales perjudiciales para sus intereses. Y claro, si eso lo dicen desde el Vecindario, ni caso; pero si lo dicen desde La Castellana y con el exárbitro, ahora empleado blanco, Megía Dávila en el palco de Valdebebas, es cosa seria.
El árbitro mal, pero el Tenerife peor. Sin capacidad de reacción, sin velocidad ni llegadas con peligro, con una defensa de papel celofán y lo que es peor, contemplativo en bastantes fases del partido. Sin sangre ni actitud para pelear el partido y discutirle al rival la posesión del balón. Y eso preocupa, porque era el test más serio de la temporada, porque hasta ahora quitando el partido de Albacete, nos habíamos enfrentado a los equipos de zona baja y de nivel medio-bajo de este grupo. Y todo esto lo digo sin corazón, sin sentimientos, sin querer al Tenerife tal y como el entrenador dice. Un entrenador que casi a mitad de octubre sigue repitiendo que el Tenerife es un equipo nuevo y que todavía está por hacer. Un entrenador que pone todo el empeño, no lo dudo, pero que no acaba de cogerle el punto a la plantilla. Y por supuesto, unos jugadores que sin entrar en sus condiciones, deberían morder muchos más y ser más agresivos en partidos como este.
Así lo veo, y veo otros detalles que no me inspiran confianza, pero ya imaginábamos que esto no iba a ser fácil. Y por último, un pequeño consejo a Antonio Calderón y a sus asesores: dejen de ver enemigos y fantasmas y hagan jugar a este equipo, esa es su misión, la del entrenador principalmente, y no la de ir dando lecciones de amor a unos colores de quien, cuando se vaya de aquí querrá a otros colores, y los que mamamos al Tenerife desde que tenemos uso de razón seguiremos sufriendo y disfrutando con las andanzas de nuestro Tete. Lo siento, señor entrenador, ojalá nos ascienda a Segunda y luego a Primera División, ojalá triunfe en el Club Deportivo Tenerife, pero no se equivoque: no intente dar lecciones de algo que usted no siente ni sentirá.