Los hay que se mueven rápido: apenas unos minutos tardó Bravo de Laguna en cesar a Fernando Bañolas y sustituirlo por Juan DomÃnguez, el prócer grancanario del partidete de Ignacio González. Bravo cesó al hombre de Paulino Rivero en Las Palmas en cuanto Soria y su proahijado de estreno bautizaron su nueva sociedad con la foto obligada. La excusa de la estabilidad institucional ésa, que debe ser una metáfora de buen ver, pero poco apetecible para casarse con ella, se volatilizó en un instante. Los argumentos duran en polÃtica justo el tiempo necesario para encontrar otros.
Román RodrÃguez, nueva pareja de baile del nacionalismo fetén y supuesto culpable de la decisión de Ignacio González de romper con Coalición, anda ya afeando a Rivero que se fiara del Ãnclito y le regalara la poltrona de diputado. Ha olvidado que en los telediarios de hace no tanto decÃa estar encantado de compartir mantel y cuchara electoral con la hoy pizpireta novia de todos. Y es que la polÃtica no sólo zurce extraños himeneos, también borda divorcios de órdago. El de Ignacio González con el nacionalismo coalicionero traerá cola y alguna algarada en Telde y La Aldea. Donde las das las toman, dicen. Pero eso son cosas de allÃ.
En las de aquÃ, la polÃtica se olvida de crisis y volcanes y se tiñe de suspicacias, cuernos y odios cainitas. Mal lo tiene González de ahora en adelante con el paulinato. No creo que eso le importe una higa: ha vuelto donde querÃa estar en el mejor momento y de propina va a colocar algún rezagado en las listas del PP. A cambio, le toca hacer mucho ruido esta campaña con la versión isleña de UPN y arañarle unos pocos votos a Ana Oramas y Ricardo Melchior. No es que vaya a cambiar mucho la suerte o los votos de las próximas elecciones, pero a Soria le divierte esto de soltar la bicha en el gallinero de ATI. Le divierte tanto que parece dispuesto a asumir las consecuencias de este acuerdo y lo que traiga.
Juega Soria con pólvora, pero supongo que habrá medido los riesgos. Él ya sabe lo peligroso que es dejar suelto a un mono enfadado y con una cuchilla de afeitar: echó a Ignacio González de su partido una vez, hace doce años. Desde entonces, Nacho juega a ser grande. Lo suyo es freudiano: quiere ser su padre. El problema es que su hermano no le deja.