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Donde el crecimiento cesó

   

La Gallega estaba llamada a convertirse en la nueva área de crecimiento de la capital, aunque el proceso se ha ralentizado. / MOISÉS PÉREZ - FRAN PALLERO

NANA GARCÍA | Santa Cruz de Tenerife

El acelerado crecimiento urbano emprendido por el Ayuntamiento capitalino en las últimas dos décadas tuvo una intervención clara en el Distrito Suroeste y, concretamente, en el barrio de La Gallega. Ya el Plan General de 1992 intentó una reestructuración del suelo en lo que tradicionalmente había sido una “ciudad dormitorio” del área metropolitana, integrada por viviendas unifamiliares de autoconstrucción.

La finalidad no era otra que la transformación de su condición periférica a un nuevo núcleo ciudadano con infraestructuras y vida propia, esto es, equipado con “dotaciones municipales, servicios, usos comerciales y de oficinas, próximos a equipamientos y espacios libres”.

Sin embargo, la gula especulativa ha quedado reducida a promesas que no se han cumplido, con lo que el incremento demográfico de este núcleo poblacional -particularmente en la zona alta- no ha contado con una respuesta equivalente por parte del Consistorio en lo que a dotaciones se refiere y sí con conflictos entre factores político económicos, culturales y sociales.

“La oficina de Distrito nunca nos ha funcionado, su desidia ha tenido abandonado el barrio desde hace muchos años”, explican Domingo Chávez y Elías Salcedo, secretario y tesorero respectivamente, de la asociación de vecinos Guacimara, un colectivo con 30 años de existencia.

El barrio mayor

Con un perfil urbano, La Gallega cuenta actualmente con más de 20.000 habitantes y constituye “el barrio mayor de Santa Cruz”. Cuenta con dos zonas claramente delimitadas: una más antigua, conocida como Cruz de La Gallega, que cuenta con unos 45 años; y la Gallega Alta, la parte nueva donde “se hicieron primero las carreteras y luego las casas”, a través de la edificación en altura. Su nombre proviene de la antigua propietaria de los terrenos, esposa de Antonio Álvarez Dorta, que era natural de Galicia. De hecho, una parte de los terrenos era de “Lorenzo Martínez Fusé, un notario y a su vez secretario de Franco”, que fueron adquiridos por Álvarez Dorta donde se construyó el polígono Finca La Gallega, que fue urbanizado por el Ayuntamiento de La Esperanza, al que pertenecía.

Los miembros de la A. V. Guacimara denuncian que el Ayuntamiento, a través de la oficina de Distrito Suroeste, ha hecho caso omiso en los últimos “diez años” a las principales demandas de particularmente la zona más antigua de este barrio.

Si bien el Plan General de Ordenación, que aún está pendiente de aprobación, prevé la construcción del centro dotacional integrado de Tinzar, un centro de salud, una casa de la juventud y varios centros docentes, en la actualidad los vecinos del barrio solo cuentan con el Parque Santa Catalina, el cementerio de Santa Ana -cuya construcción fue financiada por los vecinos de El Sobradillo- y la avenida de Las Hespérides que ensambla con Los Majuelos.

“Ni oficina de correos ni centros escolares… gracias a que nos concedieron una farmacia”, explica Domingo Chávez, a lo que agrega Elías Salcedo que “no hay oportunidades de ocio para la juventud, no hay ludotecas, no hay bibliotecas” ni espacios deportivos más allá de la cancha construida junto al parque Santa Catalina, donde existen graves problemas de inseguridad y “nulo mantenimiento municipal”.

Problemas

La nueva planificación urbanística destina a uso industrial el Suroeste, lo que ha ocasionado graves problemas de convivencia entre los vecinos y los vehículos de gran tonelaje que invaden las calles del barrio sin respetar los límites y que han afectado la estructura de muchas viviendas. La lucha vecinal, en La Gallega, tiene futuro.

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El Cristo de rostro feliz

“Quiero que haga un Cristo que haya muerto más o menos feliz”. Esta fue la consigna que Jesús Domínguez Martín dio al imaginero orotavense Ezequiel de León Domínguez cuando hace varias décadas le encargó, junto con su esposa, Victoria Rodríguez, el Cristo de La Gallega.

Este matrimonio, vecino del barrio del Suroeste de Santa Cruz desde hace 40 años, tenía la intención de hacer con ello un regalo, “porque hizo medio milagrito” con la salud de Jesús Domínguez, sin embargo, el entonces presidente de la Asociación de Vecinos Guacimara, Manuel Montesinos, le convenció de que su financiación debía hacerse de manera corporativa entre los vecinos.

“Todo el barrio, de alguna manera, colaboró”, explica su promotor, quien ha sido presidente de la asociación durante 17 años. La talla, elaborada en caoba a tamaño natural, “tenía una ermita preciosa”, ubicada junto al local vecinal en la zona de la Cruz de La Gallega, que fue construida por los propios vecinos. “La corona procede de Los Realejos”, agrega Domínguez. Este es un ejemplo de cómo años atrás eran los propios vecinos los que colaboraban codo con codo para impulsar proyectos en su comunidad. “Ahora ha ido a su casa”, dice Jesús Domínguez, que no es otra que la Parroquia del Santísimo Cristo de La Gallega y el Pilar, cuyo párroco es Antonio Pérez, vicario general de la Diócesis Nivariense.

Cabe destacar que este templo, ubicado en la avenida de Las Hespérides, solo tiene construidas dos de las tres plantas que se habían planificado en un principio. En su lugar, se ha colocado una cruz en la ermita, que sigue siendo centro de reunión de los vecinos.

Jesús Domínguez, de 72 años, recuerda que los terrenos sobre los que está construida tanto la ermita como el local de la asociación de vecinos fueron cedidos por Antonio Álvarez a Montesinos para tal construcción, con lo que no son de titularidad municipal.

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