La muerte de Steve Jobs, creador de Apple y de toda la extraordinaria amalgama tecnológica que rodea al símbolo de la manzana mordida, sigue siendo noticia. Diez días después, la debilidad del genio ante la enfermedad, la coincidencia de su fallecimiento con la presentación del último producto de su empresa, y las claves de su extraordinario éxito y fortuna personal, son aún objeto de debate.
A sus facultades para comunicar las ideas, unía ambición, constancia y capacidad para el trabajo en equipo. En definitiva, se habla del talento y de la suerte, pero el éxito nunca llega por casualidad.
Parece que cuando una persona alcanza las más altas cotas en su ámbito profesional ha de dejar claro que no esconde ambición alguna en su proceder. Por estos lares es habitual pedir perdón por ser brillantes, cuando en culturas como la anglosajona, el deseo de superación y la capacidad son méritos que se presuponen a quienes alcanzan altas metas. La ambición, cuando nace de la pasión y el ansia de mejorar, es parte también del éxito.
Esa pasión es fundamental para no decaer en el esfuerzo aunque las cosas puedan torcerse, especialmente cuando se combina con el rigor y la disciplina, que puede adquirirse con los años, si bien suelen imponerse desde temprana edad a los estudiantes o en el mundo del deporte, cuyos valores positivos compartimos.
Con todo, el orgullo no está bien visto en la sociedad actual, y hemos denostado públicamente a grandes personalidades por el mero hecho de tener la capacidad de superación que hace no decaer por dura que sea la derrota.
Llega, entonces, el triunfo de la voluntad, de la capacidad innovadora del ser humano, fundamental para la resolución de problemas. La propia tendencia natural de las cosas y el orden establecido, nos llevan siempre a obrar de una determinada manera, y es la forma de reaccionar ante un obstáculo, con creatividad pero también con motivación, la que determina el talento de cada uno.
A una persona que alcanza sus metas se le presupone ese talento, si bien se suele decir que el diccionario es el único lugar donde el éxito está antes que el trabajo, que debe ser visto como un beneficio social, nunca como un castigo. Los logros hay que merecerlos, y entre iguales, siempre los consigue aquel que trabaja, ya sea en política, en la empresa o en cualquier faceta de la vida.
Pero no basta la autoexigencia. Es preciso rodearse de un equipo con el que fluya el diálogo, la comunicación, con las dosis justas de severidad pero también con lealtad y trato agradable. Dirigir con firmeza los designios propios y los del equipo, con la calma necesaria, la objetividad y la libertad a la hora de tomar decisiones.
Realmente, si nos fijamos en quienes hablan con firmeza y convicción, vemos también tranquilidad y dominio de las situaciones. Lo pasional nos lleva a actuar irreflexivamente, manejados por variables estados de ánimo que no nos benefician. Se requiere aplomo, confianza, aceptación de uno mismo y mucha calma para llevar a buen puerto los objetivos previstos.
En este intrincado mundo de relaciones interpersonales, con la celeridad y la universalidad que impone el día a día, se echa en falta siempre la honradez, tolerancia y honorabilidad que ha de presidir toda conducta humana, la gentileza si se quiere. Actuar con amabilidad es la mejor manera de recibir una respuesta amable.
Entran en juego, como no, la modestia y la humildad que se presuponen a una persona preparada para alcanzar el éxito y capaz de detectar errores en los demás. Cuando no es falsa, la modestia lleva implícita admiración o interés por el logro ajeno, como también el respeto y valoración que se deben a toda persona por el mero hecho de serlo.
Jobs es uno de los primeros grandes triunfadores del siglo XXI, y de ahí la admiración que ha despertado y la conmoción generalizada tras su muerte. Nos queda el ejemplo de su predisposición a actuar en tiempos tan difíciles como los actuales, pues como él dijo, “la mitad de lo que separa a los emprendedores exitosos de los que no triunfan es la perseverancia”.
*Portavoz del Grupo Popular en el Cabildo de Tenerife y senador por la isla