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MI AMIGO CICLANO >

El Hierro y el lagarto > Víctor Álamo de la Rosa

   

Ciclano estaba el otro día en La Restinga, leyendo DIARIO DE AVISOS, cuando la modorra de la siesta lo inundó con su sopor embaucador y lo lanzó al sueño del sueño, porque pasó al menos una hora durmiendo cual bendito, arrullado por el mar. Los vulcanólogos que ahora están pululando por la isla, metidos en sus grietas y tubos volcánicos, ya han registrado con sus modernísimos mecanismos medidores cerca de diez mil pequeños sismos, esos breves movimientos en su mayoría inapreciables para el ser humano. Me dijo Ciclano que esa era la noticia que leía en el decano de la prensa de Canarias cuando se durmió.

En el sueño escuchó una voz, la voz del oráculo, que le contaba la verdad sobre la actividad sísmica de El Hierro. Y esa voz le decía que no eran pequeños terremotos ni sismos, que los vulcanólogos se equivocaban de todas todas. Hace muchos millones de años, cuando los dinosaurios campaban a sus anchas en el planeta, existió una especie de dinosaurio, a medio camino entre un gran pez y un lagarto gigante, que vino a descansar justo donde ahora los mapas al uso dicen que está la isla de El Hierro.

Digamos que quedó varado. El dinosaurio-lagarto, al hallarse rodeado del Mar de las Calmas, pensó que era un magnífico lugar para descansar y vivir su letargo. Estos animales, para abstraerse del mundo que no les gusta, son capaces de hibernar durante millones de años. Y así lo hizo, se aletargó, feliz, rodeado de aquellas aguas mansas. Con el tiempo inmedible, sobre su cuerpo fue depositándose tierra y sobre la tierra semillas que transportaron los pájaros. Y creció la vegetación sobre su cuerpo de lagarto dinosaurio hasta poco a poco irse convirtiendo en isla, en isla con puntos cardinales, y pueblos como La Restinga y El Pinar y Frontera y Valverde y faro de Orchillas y hermosos lajiales y volcanes y quesadillas y gente, diez mil personas afortunadas que viven sobre la isla-lagarto, sobre la isla-dinosaurio. Todo eso contó el oráculo del sueño de Ciclano y Ciclano me lo contó a mí y yo se lo cuento a ustedes, porque él me dijo que había sido uno de esos sueños en los que su realismo es tan vivido, tan plástico, que nadie podría dudar de su verdad, de la verdad que encierra. Por eso no son sismos ni temblores terremotos lo que anuncian los periódicos y los sismógrafos y los vulcanólogos. Son en realidad los leves crujidos del despertar del lagarto-dinosaurio, una vez acabado su letargo de millones de años. Esto lo explican muy bien los extraños grabados de El Julan que, incluso, refieren que cuando uno se adentra en las cavidades y tubos volcánicos de El Hierro, puede escucharse, al fondo, la respiración adormecida del lagarto, su tranquilidad acunada, su sosiego milenario y ese otro tiempo en el que todavía vive el lagarto dinosaurio que es El Hierro. No se engañen, científicos del mundo, y dejen a la bestia volver a acomodarse en el rellano mullido de su sueño antiguo. No se engañen. El lagarto sabe lo que hace. Los verdaderos temblores, los auténticos terremotos, el magma que en verdad arde ardido, se escriben por desgracia con larga P de Paro.