Este vergel de belleza sin par, donde a la sombra de los almendros ya no hay almendras sino toletes, encabeza todas las listas de indicadores negativos. De desempleo, de parados de larga duración, de jóvenes que buscan inútilmente un primer trabajo, de familias que no cuentan con ningún ingreso… Cuando escucho a algún prócer indicar que la apuesta para el futuro es diversificar nuestro sistema productivo, apostar por las energÃas renovables, por la formación y por la investigación y el desarrollo, me parece sinceramente cojonudo. Perfectamente inútil, pero cojonudo. Sólo que el problema no es sólo el futuro, sino el presente. El aquà y el ahora.
Y el problema de ahora está en un sencillo escenario: Si este año llevamos camino de superar los doce millones de turistas y sólo hemos conseguido el nada desdeñable empeño de frenar la destrucción de empleo, la conclusión devastadora es que no parece posible sacar de la desesperación, a medio plazo, a más de un cuarto de millón de ciudadanos y ciudadanas de Canarias que buscan un empleo que no existe porque se acabó el vertiginoso ritmo del ladrillo, porque la agricultura está estancada (con respiración asistida) y la industria superviviente a nuestra estupidez sigue roncando penosamente entre dificultades sin cuento. Cada dÃa que pasa más y más familias entran en las tenebrosas fronteras de la pobreza. Las organizaciones solidarias no dan abasto para dar comida a miles de personas que no tienen recursos para obtenerla (a pesar de que el Estado nos machaca a impuestos para atender a los menos favorecidos, al final se termina atendiendo a sà mismo). Y las cifras de paro, sean más o menos reales, nos revelan que hemos condenado a una parte de la población a no entrar jamás en el cÃrculo del progreso.
Hubo un tiempo y un lugar en que con menos recursos fuimos capaces de hacernos un lugar en el difÃcil mundo de la competencia y el progreso. Tal vez porque nadie esperaba que la solución viniese dada por complacientes burócratas de aquÃ, Madrid o Bruselas. Tal vez porque tenÃamos más talento y menos conformismo. El asténico discurso polÃtico, embarrancado en el interés inmediato de embaucar al mayor número posible de primos para la próxima cita electoral, ni siquiera roza el espinoso tema de qué podemos hacer con los resultados de tres décadas de dolce far niente en las que nos han llovido millones para hormigón, asfalto y nada. Tener mejores infraestructuras, si no cambiamos, solo nos garantiza que este puede ser el más bonito de los cementerios.