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Ilógico Domínguez

   

Un detalle de la exposición 'Óscar Domínguez. Una Una existencia de papel'. | DA

RICARDO ORAMAS | Santa Cruz de Tenerife

Este domingo se clausura la exposición ‘Óscar Domínguez. Una existencia de papel’, que desde el pasado mes de febrero ha estado abierta en las salas de TEA Tenerife Espacio de las Artes de Santa Cruz. En mi opinión, esta exposición ha conseguido, como pocas, conectar con el público y acercarnos no sólo a la obra de Óscar Domínguez, sino también a la experiencia de visitar un museo y sentirnos seducidos por el conjunto de una obra plástica de un artista de la talla de Domínguez. He visitado la muestra en varios momentos, y he visto públicos de distintas edades, desde familias con niños hasta mayores, adolescentes, estudiantes, parejas o profesores, casi la misma gente con la que podríamos tropezarnos en una plaza cualquiera, y eso rara vez se ve en estas calles de Santa Cruz.

Más allá de los logros museográficos de la muestra en lo que se refiere a su presentación global (por otra parte, excelente), creo que lo más importante de esta exposición son las pinturas y dibujos que se muestran en ella, algunas por primera vez expuestas desde hace mucho tiempo, inéditas o raramente vistas. Y aunque en un vídeo situado al comienzo de la visita el comisario de la exposición, Isidro Hernández Gutiérrez, nos advierte de que la exposición versa sobre “el dibujo y la ilustración de libros” por parte de Óscar Domínguez, como una faceta no demasiado conocida del conjunto de su trayectoria, lo cierto es que la exposición cuenta con un número de obras tan importante, entre pinturas, objetos y dibujos, que más que una exposición temática parece, por momentos, como si el TEA hubiese querido organizar una suerte de exposición antológica o al menos una muestra que diera cuenta, de forma generosa, de todas y cada una de las facetas del artista.

Soy un visitante asiduo a museos, pero no soy de la opinión de que este centro de arte deba convertirse en un espacio consagrado a la figura de Domínguez, ni tampoco veo la necesidad de que exista permanentemente una sala dedicada al pintor, como si se tratase de una extensión del Museo Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz, pues un centro de arte contemporáneo es otra cosa. De todas formas, la idea de que TEA dedique de tiempo en tiempo exposiciones y actividades sobre Domínguez y su contexto, si se hace con el rigor y con argumentos tan sólidos como el que se ha planteado ahora, parece conveniente y apropiado para que tengamos ocasión de volver sobre los pasos de este pintor que parece depararnos todavía algunas sorpresas, visto lo visto en esta exposición que ahora llega a su fin.

La exposición celebrada en TEA, además, inevitablemente será recordada por la vuelta a la isla de la que durante mucho tiempo se consideró obra cumbre de Óscar Domínguez, El Drago de Canarias (1933), óleo sobre lienzo que, según podemos comprobar en los catálogos de exposiciones, se vio por última vez en la isla en 1968 cuando el escritor Eduardo Westerdahl organizó para el Museo Municipal de la ciudad una exposición sobre el artista canario con un número de obras considerable. También, desde luego, por habernos permitido ver algunas piezas absolutamente geniales del pintor, especialmente varias pinturas de los años treinta con motivos de abrelatas, paisajes y un desfile de imágenes y hallazgos sorprendentes como La ola (1938) o El abrelatas (1936), dos obras pertenecientes a colecciones extranjeras. Destaca, también, junto al conjunto de libros y ediciones expuestas, obras como La apisonadora y la rosa (1937), perteneciente al MNCARS de Madrid.

En el catálogo de la exposición Antológica que se celebró en el MNCARS, en el CAAM y en la sala de exposiciones La Granja (espacio hoy por hoy venido a menos), José Pierre escribe: Óscar Domínguez, que ha sido sin duda (…) el menos teórico de todos los pintores surrealistas, no dejó de comportarse en el terreno de la creación plástica, siempre que lo deseó, con una lucidez y un rigor ejemplares”. Y añade: “Pese a que su compañero parisino Patrick Waldberg lo consideraba “casi completamente desprovisto de aparato lógico” y pese a que su compañero canario Domingo Pérez Minik lo describía como “un niño salvaje, ajeno a todo orden dialéctico”, se mostró capaz de llevar hasta el extremo la exploración surrealista (…)”. Sin duda, la exposición Óscar Domínguez: una existencia de papel viene a corroborar esta afirmación.