El muchacho -hay que reconocerlo- parecía bien intencionado. Sonaba bonito lo que decía y a sus espaldas tenía un currículo académico importante y algún trabajo social que nos permitía pensar que lo asistía alguna sensibilidad social. Aun los escépticos metódicos como yo, le concedimos crédito y desde la distancia -como en el fútbol-, le hicimos fuerza frente al equipo Clinton y al implacable ku klux kan republicano. Pero el muchacho se nos ha envejecido mental y físicamente. Se le atisba el pelo blanco y del atleta sólo queda el modo de descender de los aviones. Bien cierto es -y eso lo sabemos todos- que su antecesor le dejó una herencia más que envenenada. Un déficit monumental, debacle económico, corrupción financiera, alto desempleo, hipotecas basura y, como si fuera poco, dos guerras más perdidas que ganadas. Pero aparte de los problemas propios de su cargo, Obama puede ser el peor obstáculo de Obama.
El juicio de todo observador adolece de exactitud porque juzga desde fuera de la acción. Disculpada de tal manera mi opinión, me parece que Obama ha terminado por sufrir una crisis de otrocidad. La otrocidad es el imperativo deseo de querer ser otro. Para no divagar, empecemos por su error más evidente: presentar su registro de nacimiento para demostrar que no es africano de nacimiento. Por sangre, es lo que es, que no es deshonra. Al elegirlo, su origen ya había sido ventilado y consentido. ¿Lo traicionó el deseo de ser como otro cualquiera de sus antecesores?
Lo de su origen, necesariamente deriva en lo de su raza y color. Uno se pregunta qué tanto le pesa esta condición. Si el hecho de arriar en mucho sus banderas de campaña, no ha sido para evitar que los Tea Party y los carapálidas de las corporaciones y de los lobbies metan en una misma causa color de piel con el color político, que en él tenía tintes de cierto progresismo. Con el capital político con que fue aupado, ha debido ahondar en su proyecto, movilizar a sus electores, ir al frente con sus convicciones. Pero a tenor de lo hasta aquí visto, da la impresión de que quiere semejarse más a la oposición que al prometido Obama.
Para colmo de sus males, el pobre ha tenido que lidiar también con eso de llamarse Hussein. El día de su posesión y en su visita a Egipto, anunció una nueva relación con el mundo árabe e islámico y el fin del problema palestino. Ahora lucha contra su propio Hussein. Aparte del silencio cómplice contra los bombardeos a Gaza, en su reciente discurso ante la ONU hizo profesión de fe y se mostró más proisraelí que todos los republicanos juntos. Esta otrocidad lo ha llevado a mostrar que también es un “duro” al ordenar el reality show del asesinato de Bin Laden y la reciente muerte del líder de Al Qaeda en Yemen, tan norteamericano como él. Prueba añadida a esta reconversión es que su promesa de cerrar Guantánamo se sumó al limbo, anulando de paso al defensor de los derechos humanos y al hombre de leyes que nos dijo ser.
Al querer ser otro y prolongar a Bush, vayámonos preparando para la guerra Obama, esa que siempre es festín de imperio y que estalla cuando hay necesidad de subir índices de popularidad y asegurar la reelección del comandante en jefe.