Después de tantos años de invertir tiempo y dinero, después de décadas de ayudas, de cooperación, de subvenciones, los lÃderes iberoamericanos bostezan mirando a España. La cumbre iberoamericana de la semana pasada ha tenido sonadas ausencias y frÃas asistencias. Debe ser que hay poco que ordeñar en la vieja madrastra venida a menos, cuyos representantes, jefe del Estado y presidente, recibÃan la noticia de la última encuesta EPA que nos lleva a las fronteras tenebrosas de los cinco millones de parados. Los BRIC representan ahora la imagen del éxito. Ya lo dijo Zapatero en la cumbre: España mira ahora a Iberoamérica. Mira y aprende. DebÃa estar pensando en Brasil, digo yo. Y por lo que parece, mirar habremos mirado mucho, pero hemos aprendido bien poco.
No recuerdo quien dijo que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto. Los zarandeos que sufrió en Galicia Mariano Rajoy, los gritos que le profieren en algunos mÃtines a Alfredo Pérez Rubalcaba o las repetidas erupciones de ese magma social en ebullición, al que hemos dado en llamar 15-M, forman un conjunto de sÃntomas que manifiestan una profunda enfermedad social. No sólo tenemos una crisis económica y acaso no sea ésta la peor. Padecemos un abismal desentendimiento colectivo. Sólo sabemos discutir para destruir, para descalificar, para vencer o humillar. Calma, serenidad, reposo, sosiego. Si quieres algo de eso, vete al cementerio.
Los telediarios nos invaden con violencia, muerte y desgracias. Los polÃticos se descalifican, se impugnan y se desacreditan. Los medios vociferamos para hacernos oÃr más alto que el vecino aunque con los gritos se confundan los sonidos. Todo el mundo tiene una solución para todo, pero nada se arregla. Todo el mundo tiene claro lo que tienen que hacer los demás, pero está ofuscado por sus problemas, que no resuelve. El dueño de un bar que va a la quiebra sabrÃa llevar al Madrid mejor que Mourinho, pero no vender bocatas y cortados. Me asombra verlos transitar por la penuria de los dÃas como si no pasara nada. Ver sonreÃr al Rey en una cumbre astrada al otro lado del mar. Ver cómo Rubalcaba y Rajoy suben, uno al Gólgota y el otro al puente del Titanic, con el equipaje de supuestas pócimas milagrosas para este paÃs envenenado. No se entera. Esta gente no se entera. Los vientos que sembramos nos traen nuevas tempestades sobre un bosque que ha perdido raÃces. Y ya hay cinco millones de árboles caÃdos.