X
POR PETENERAS > RAFAEL ALONSO SOLÍS

Poesía > Rafael Alonso Solís

   

En el umbral de la designación del autor elegido para conmemorar el Día de las Letras Canarias, puede que sea el momento de acudir a la poesía como fuente de agua y luz, escondida como está en el olvido y rota de pena por el desprecio con que tratamos a las palabras.

Con la excusa de hacerle un prólogo a un amigo -y embebido en un manojo de rumores que huelen, inevitablemente, a nostalgia-, uno ha podido recordar lo que de iniciación tuvieron las primeras lecturas, en rincones casi clandestinos y a través de libros prohibidos, cuando -en medio del gris y el frío de una calle hostil y una adolescencia sentimentalmente encarcelada- la rima actuaba como un bálsamo capaz de iluminar el paisaje y dar color a la distancia, aroma a la risa y ritmo a la pasión, que se anunciaba con el pudor de lo íntimo y el temor a lo desconocido.

Era una época en que la vida se iba poblando, casi al mismo tiempo, de emociones y de brumas, de soplos de ilusión y de lujuria atormentada, y en la que la poesía parecía capaz de hacer comprensible el universo, abriendo la puerta a colores y sonidos que aún no habían nacido, pero que se adivinaban a través de la distancia o comenzaban a crepitar en el centro de algo que no sabíamos si era cuerpo o alma, carne insatisfecha o promesa de trigo, lava a punto de desbordarse para moldear el barro aún informe, y que contenía la sospecha de ser, tal vez, resquicio de otra cosa.

Brote de mar encadenado llamó el poeta gomero Pedro García Cabrera al alma de la Isla, intuyendo la unidad de la naturaleza, en la que espíritu y piedra, sangre y océano, puede que no sean más que aspectos visibles de una realidad oculta, profunda, que se muestra únicamente en instantes tan inesperados como efímeros, cuando la palabra alcanza esa altura soñada a la que la vista no llega y solo el delirio la roza sin aliento.

A uno se le enlazan entonces los recuerdos y vienen a la memoria los poemas juveniles, tal vez escritos o imaginados a medias con el alma de cada generación, y que parecían anunciar el comienzo del espectáculo, en una España que se agitaba en medio del insomnio: “… La cáscara amarga, / piel de pandereta, / se ha quedado muda / bañada en alcohol. / ¡Ocupar los sitios, / comienza la fiesta! / Ángeles cabrones / encienden las velas / y suena un preludio / de pólvora fresca. / El toro del hambre, / del odio y la guerra, / recorre la arena…”