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¡Que nos pilla el asteroide! > Manuel Iglesias

El paso de un asteroide esta semana a una distancia relativamente corta de la Tierra, en términos astronómicos, volvió a generar las cábalas catastrofistas, al punto de que en algunos casos daba la impresión de que había quienes se lamentaban de que no hubiera el impacto de un residuo, para así contar algo de manera escandalosa y alarmista, con evidente regocijo propio.

El riesgo que representa el choque de un asteroide contra la Tierra es algo conocido. Se sabe que ha ocurrido en el pasado y es asunto del que se han ocupado las películas y, por supuesto, las novelas de ciencia ficción. Según la información científica de que se dispone y el sentido común estadístico, es obvio que, más tarde o más temprano, algún día ese fenómeno se va a repetir y sólo es una cuestión de porcentajes en su probabilidad, no en su certeza.

Lo que pasa con esto, o como con la caída de un satélite -que también ha sido noticia estos días-, es que todos nos movemos con el mismo espíritu con que se coge un avión, un tren o el simple coche, sabiendo que hay accidentes, pero nos situamos en el supuesto de que a uno no es al que le va a ocurrir esa desgracia.

Los asteroides, caer, caerán, pero se confía egoístamente en que no ocurra cuando uno está debajo o, por lo menos, durante su etapa de vida y la de los suyos más inmediatos. Más allá de dos o tres generaciones, la postura general suele ser lo de “que sea lo que Dios quiera” y, de momento, volvemos al pensamiento actual de cómo pagamos la hipoteca, que menudo no satélite, sino planeta, se carga sobre los hombros como el mitológico Atlas.

Esta es una lotería siniestra en la que todos tenemos igual riesgo y de la que nadie puede considerarse a salvo. Lo mismo puede suceder en un desierto que en una gran ciudad, como, lo más probable, en el mar -por ser la mayor parte de la superficie del planeta-, con consecuencias imprevisibles.

Según la NASA, actualmente rastrean 127 objetos que tienen alguna posibilidad de impactar contra la Tierra. Y por si les gusta el morbo, entre ellos está Apophis, una roca de más de 300 metros de diámetro, que, a partir del 2029. pasará a una distancia casi diez veces menor de la que existe entre nuestro planeta y la Luna. Aunque para esa época la mayor de las preocupaciones de muchos seguramente no será la de que si le cae encima un pedrusco estelar.

Claro que habrá alguno que pensará que con lo que está pasando, incluir en ello un asteroide tal vez sólo será un episodio más de su personal noticiero catastrófico cotidiano. Es como en el viejo chiste que contaba que un hombre lleno de deformidades blasfemaba contra el Cielo y un piadoso pasó por allí y le dijo: “No hable así, que Dios lo va a castigar”. Y el lisiado respondió airado: “¿Castigarme? ¡Como no me deje embarazado!”

Pues eso.