Alguien me dijo esta semana que le gustan estos artículos que escribo en DIARIO DE AVISOS. Apostilló, sin embargo, que a menudo la forma de expresarme en ellos daba a entender entre líneas que yo venía de vuelta de casi todo. Con afecto me lo dijo, y con la delicadeza con la que se dicen las cosas cuando uno teme que el otro podría no encajarlas del todo bien.
Nada más lejos de la realidad. Lo de que podría caerme mal un comentario así, quiero decir. Es más, a él le confirmé y ahora lo hago aquí en público, que es absolutamente certera su apreciación. Que sí. Que últimamente siento que estoy de vuelta de casi todo. Y digo más aún, lo mismo que le dije a él: que ese sentimiento me hace mejor persona y mejor creyente. Mejor sacerdote, sin duda.
Estoy orgulloso de venir de vuelta de muchas doradas superficies que me alejaban del verdadero fondo de las cosas; me regocijo de sentirme absolutamente de vuelta del respeto inmerecido que he profesado a quienes solo saben ser fuertes con los débiles y se excusan en su propia debilidad para no enfrentarse a los que juegan a ser fuertes. Orgulloso estoy de haber aprendido a no malgastar mi afecto con los que no son limpios de corazón y sin embargo dan lecciones.
Me siento feliz cuando me veo deshacer el camino que transitan los mediocres. No porque yo me sienta mejor ni más grande que nadie. Sino porque creo que he tenido experiencia del único grande, y a la luz de su verdad se desenmascaran todos los falsos ídolos de este mundo. También los que yo acaricio.
Jesucristo es el rey del universo, dice hoy la Iglesia. La expresión no es la más acertada para tiempos en los que la monarquía no es plato del gusto de todos. Pero sirve para entendernos. Jesús es el Señor, el único Señor. Más allá de las teorías, los discursos, las homilías y las definiciones… Jesús es el Señor.
Ninguna verdad es comparable a ésta. Y esta verdad nos libera hasta el punto de elegir estar de vuelta de aquellos otros señoríos que por dentro y por fuera pugnan por hacerle la competencia en esta vida.
Sí. Estoy de vuelta. He perdido absolutamente el respeto a muchos temas y a muchísimas personas. Sin ser borde, quiero decir, pero con la más firme disposición a no bajar nunca más la cabeza ante falsos dioses. Ni de dentro, ni de fuera.
Es Jesús la razón de nuestra esperanza. Y de nuestra serena espera, de esa soledad nuestra que está habitada por un silencio que Dios interrumpe con el sonoro regalo de su presencia.
Su presencia… Nada hay comparable con la certeza de que es Él quien sigue nuestro rastro, y no al revés como a menudo predicamos. Hoy proclamamos en nuestros templos que el anda detrás de nosotros, buscando nuestro olor, rastreando las huellas que dejamos en el camino.
Ante un rey así, ¡solamente cabe estar de vuelta de todo y de todos los que pugnan por irrumpir en nuestra vida para ocupar el sitio que sólo corresponde a Él! ¿Que si estoy de vuelta? De vuelta es poco.