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‘Smokin’ Joe > Rafael Alonso Solís

El 8 de marzo del año 1971, en el Madison Square Garden -como exigía el guión-, Joe Frazier impactaba su brutal gancho de izquierda en el mentón de Muhamad Alí y le hacía derrumbarse sobre la lona sin mistificaciones. Nadie más lo consiguió después, y solo Henry Cooper, un inglés rocoso, que acabó el combate con el rostro marcado por el arte, había sido capaz de hacer doblar la rodilla de Alí. Pero un mito necesita ser derrotado por un ser humano para no quedarse habitando el panteón de los dioses. Al día siguiente, la noticia llenaba las portadas de todos los periódicos. Como la llegada de Allende al poder por la vía democrática, unos meses antes, o su asesinato controlado un par de años después. A uno, que crecía embriagado por los efluvios de la mitología cinematográfica y el sueño americano -o antiamericano, que, al fin y al cabo, eran dos caras de la misma moneda-, se le paró el reloj en aquel instante y se percató de que la vida real tenía eso, que los mitos envejecían con la misma inexorabilidad que los humanos, que todo estaba formado por un haz y un envés, que la gloria no era otra cosa que un fulgor instantáneo y efímero, y que el movimiento del péndulo constituye un principio universal, tal como describieran los herméticos. En este caso, el pedagogo había sido Joe Frazier, un púgil explosivo -de ahí el apodo con que le conocía la peña-, que boxeaba incrustado en la guardia del contrario, sin permitirle un segundo de descanso, y que poseía el gancho zurdo más devastador y salvaje de la historia del pugilismo. Tan solo dos años después, Frazier era convertido en un pelele y derribado seis veces por Foreman, un coloso tejano que había nacido para destrozar al mito que venció al mito. Como si se tratase de un guión escrito meticulosamente por Hammet y realizado por Ford o por Hawks, Alí escenificó su regreso en un ring de Kinshasa, donde su izquierda cruzó el espacio y produjo el nockout más inteligente que registran los papeles. La historia de los tres gladiadores ha sido muy distinta. Alí acabó siendo un icono del siglo, a pesar del Parkinson. Foreman pasó de malo a bueno, se hizo predicador y es ahora un exitoso vendedor de planchas para hacer hamburguesas. Frazier murió varias veces. La primera, el día en que fue humillado cruelmente por Foreman. La segunda, en su tercer enfrentamiento con Alí, cuando su rincón arrojó la toalla y le salvó, tal vez, de un final más acelerado. Desde entonces, su mirada arrastró una tristeza infinita. La tercera ha sido ahora, cuando un cáncer de hígado ha puesto final a la carrera vital de un boxeador de excepción. Descanse en paz.