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La misma semana en que dejo mi bolsita con unas cuantas cosas de comer en manos de los voluntarios del Banco de Alimentos (alabada sea su labor) que de vez en cuando organizan recogidas en un supermercado de Santa Cruz, se hace público que en España se tira a la basura anualmente una cantidad obscena de comida en buen estado, procedente sobre todo de restaurantes que no planifican bien sus compras.

Eso pasa porque a la cabeza de la mayoría de los restaurantes españoles no está una madre canaria. Una madre canaria jamás consiente que se desperdicie la comida. Es experta en logística del tupper y el congelado, y por más que a ti te parezca que está cocinando de más, porque la ves manejar una olla en la que cabe toda la familia Iglesias, ella lo tiene todo medido.

Y en eso, como en casi todo, la madre canaria lleva más razón que nadie. Los comedores sociales se llenan a diario y cada vez más familias acuden a sitios como el Banco de Alimentos antes mencionado a ver si pueden llevarse algo para poner en la mesa, porque el subsidio no da, o no existe. No hablemos ya de la silenciosa legión de personas que esperan discretamente a que el súper cierre para ver cuánto de lo que se ha tirado aún se puede comer.

No se trata de una cuestión nueva, surgida con la crisis. Antes de que las vacas adelgazaran tanto ya había una lamentable tendencia a tirar comida útil.

Tengo un vago recuerdo de que Paulino propuso institucionalizar el reparto de esos alimentos, pero quién se acuerda de eso ahora.