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opinión > por Salvador García Llanos

Cova, sapiencia y temperamento > Salvador García Llanos

   

Contrastamos que Fernando Cova Barroso era una persona muy apreciada en el ámbito futbolístico regional la tarde en que Puerto Cruz desarboló a Tenisca (3-0) en el último encuentro de la última Liga Interregional y se proclamó campeón. Había sido un partido vibrante, de poder a poder, con mejor manejo y mayor resolutividad de los portuenses. Después del choque, en un hotel cercano a El Peñón, la directiva del club portuense ofreció un refrigerio y Cova, con lágrimas en los ojos, recibía el riquirraca de los jugadores ¡del equipo palmero! Los suyos ya le habían felicitado, sin alharacas, en la vieja cazuela que registró otro de sus llenos históricos.

La noticia de su fallecimiento, además de impactar por inesperada -apenas pudimos hilvanar cuatro o cinco frases en la Cope- nos refrescó la memoria de algunas vivencias de entonces, de principios de la década de los 70, cuando Fernando Cova, después de lidiar desde el banquillo una situación delicada en el CD Tenerife y después de haber dirigido a la selección juvenil tinerfeña, recaló en el CD Puerto Cruz entonces presidido por Alberto Hernández.

Hacíamos entonces información deportiva -en realidad, nunca nos alejamos del todo- y trabamos una relación amistosa que se mantuvo hasta el final de sus días. A lo largo de los últimos años, por cierto, coincidimos algunas veces en tertulias radiofónicas de la misma emisora.

Fernando era la sapiencia, a veces temperamental, pero siempre con el aval del estudio y la experiencia que labró en sus años de técnico, ampliada luego cuando presidió varios años su colegio profesional tinerfeño, para dignificar el oficio y defender los intereses de quienes lo integraban.

Aprendimos mucho de aquel preparador que no resultaba indiferente y que se tomó siempre muy en serio su quehacer. “Anoche no dormí”, nos confesó en vísperas de un encuentro con Orotava. Era tan comprometido Cova que él mismo gustaba decir que, a la vez que entrenador, era tutor, padre, consejero, guía espiritual y educador de los futbolistas, tanto de los jóvenes como de los veteranos. En cierta ocasión, tras una derrota completamente inesperada frente al Aceró (1-0), en el desplazamiento de regreso desde Los Llanos de Aridane, en la guagua, fue un auténtico amenizador de bromas, chanzas y parodias para mitigar la desmoralización que produjo aquel resultado.

Fernando Cova fue el entrenador del último gran Puerto Cruz que se recuerda después de su hegemonía en el fútbol regional. Enamorado de la cantera, impulsó la incorporación al primer equipo de numerosos juveniles, aún con quince y dieciséis años. “Si no juegan ahora, cuándo lo van a hacer”, solía replicar a quienes le reprobaban esa querencia, trufada de admiración por el trabajo de base en la UD Las Palmas. Bajo su tutela, Manolo Domínguez y Gerardo Movilla saltarían al Tenerife, igual que Tomás Real y Alberto García lo hicieron unas temporadas después.

Además del título de aquella Liga -también identificada como Liguilla: la jugaban los tres primeros clasificados de cada campeonato provincial-, uno de sus mayores éxitos deportivos lo cosechó en la segunda edición del Trofeo Teide la tarde en que Puerto Cruz derrotó en la tanda de penalties al Espanyol de Barcelona, entonces dirigido por José Emilio Santamaría. Fue un partido memorable que precisó de prórroga y terminó empatado, aún con Del Pino tratando de colar el balón entre las piernas de Pedro de Felipe. Al año siguiente, tuvimos ocasión de asistir a un diálogo futbolístico de alto nivel que sostuvo con Luis Cid, Carriega, responsable técnico del Zaragoza. Cova fue felicitado por su colega.

Al frente del club portuense también vivió malos momentos y no faltaron peticiones de cese que él asumía con mucho humor. “El aficionado es el que manda”, repetía. Su tolerancia llegó al extremo de sonreír abiertamente cuando un aficionado marroquí pasó junto al banquillo -entonces muy visible, junto al graderío casi- y le espetó en castellano macarrónico: “¡Vete a entrenar camellos al desierto del Sahara!”.

Que sepamos, entrenó también a Unión Tejina y al CD San Andrés, donde igualmente dejó el sello de un enamorado del fútbol que, según su testimonio, habían desvirtuado los negociantes y los especuladores, algunos de los cuales deslumbraron a dirigentes que lo hicieron todavía más artificial.

Autocrítico, celoso, perspicaz, temperamental, juicioso y docto, a pesar de todo, se entusiasmó y vibró con el fútbol. Era su gran pasión. Delia, su esposa, hijos y nietos estarán hoy tristes, pero pueden sentirse orgullosos de haber contado con una persona que no pasó por la vida y por el fútbol como uno más. ¡Hasta siempre, míster!