X
TENERIFE >

Dos nuevas víctimas de la precariedad laboral

   

Rubén de Pedro Redondo y Robert Alexandro Tarbuk. / DA

ÁNGELES RIOBO | Santa Cruz de Tenerife

Rubén y Robert no son drogadictos, ni maleantes, ni alcohólicos, pero se tambalean en la cuerda de la exclusión social. No han llegado a la treintena, no son perro- flautas, ni antisistema, aunque ya saben lo que es dormir al raso.

Rubén y Robert son la nueva cara de la pobreza. Hace apenas un año tenían un trabajo, ahora son dos de los cinco millones de peldaños de la escalera española del paro y, a su vez, de los 254.000 parados canarios.

Su única ayuda viene en forma de techo, cama, y plato de comida diario en el Albergue Municipal de Santa Cruz. A pesar de que no es algo que entrara en sus planes de futuro, lo agradecen. Otra de las ayudas que reciben es un bonobús de 12 euros cada mes, que emplean en los desplazamientos para echar currículos en las zonas turísticas de la Isla y para, si hay suerte, acudir a alguna entrevista. Realmente desean es volver a trabajar y ser autosuficientes. Rubén es de Madrid, Robert de Rumania, y sus vidas se cruzaron en el hospicio santacrucero hace cinco meses. Mucho se habla del 40% de paro juvenil, pero poco de cómo o dónde viven los que -por diferentes razones- no residen en casa de sus padres, los que se atrevieron a emprender o emanciparse, con la ilusión propia de la juventud, y que -por alguna razón- no vuelven con su familia.

Parados, pero sin ‘paro’

Hasta el pasado mes de junio estos dos jóvenes no se conocían. No tenían aparentemente nada que ver el uno con el otro. Aunque en la misma Isla, llevaban vidas diferentes, pero con la precariedad laboral como denominador común. Rubén, cuando llegó a Tenerife, encontró trabajo de camarero, profesión para la que se había formado. Estuvo varios años en una empresa que le dejó a deber dinero y con la que se encuentra en litigios, pero no son los únicos. La última empresa en la que estuvo desapareció del mapa hace unos cinco meses, justo el tiempo que lleva en el albergue. Le deben la indemnización y un sueldo, lo que asciende a unos 2.000 euros.

“Es curioso. La empresa no existe por ningún lado, pero el restaurante sí. Será complicado cogerlos”, ironiza Rubén, y apunta que el asunto está en manos de abogados. Ahora está parado, con deudas y sin una prestación. Rubén explica que le quedan dos meses de cotización para poder cobrar una ayuda de 426 euros o seis meses para poder cobrar el paro que le corresponde. Además, el joven debe 3.000 euros a la Seguridad Social. Hace unos años decidió emprender como autónomo y se hizo cargo de un negocio que no tuvo éxito. Rubén reconoce que no lleva bien la vida en el albergue y que por eso intenta “pisarlo lo menos posible. Por la mañana voy a dejar currículo, vuelvo a comer, descanso y vuelvo a dejar currículum”. Así es el día a día de este joven que espera que se solucionen sus litigios laborales y, sobre todo, encontrar un empleo que le permita retomar su independencia.

Robert tampoco ha tenido suerte en su corta pero intensa vida laboral. A pesar de tener sólo 23 años, muchas ganas de trabajar, bachillerato y aptitudes, ni siquiera puede considerarse un parado.

Sueños rotos

Es de Rumania. Llegó a España hace un año y medio y trabajó en la construcción, en una obra de unos compatriotas. A los tres meses, la empresa se esfumó, al igual que sus esperanzas de que le contrataran, sin pagarle el último mes. Lo peor vino cuando descubrió que sólo le dieron de alta dos semanas. Probó suerte en un bar, en Zaragoza, pero a cambio de una habitación y de comida. Se sintió desesperado. Creía que así nunca podría evolucionar. Ahora desearía volver a tener aunque fuera aquel empleo precario. A los dos meses, una amiga residente en Tenerife le invitó a la Isla y se quedó. Encontró un empleo como pinchadiscos en un pub de La Laguna, pero era sin contrato. Se distanció de la joven, y se refugió en el albergue con el deseo de volver a trabajar.

Robert cree que su nacionalidad es un hándicap: “Me juzgan por la mayoría, no por mí como persona”, deplora. Por ahora, afirma que no puede “regresar a Rumania sin nada. Allí la cosa está peor que aquí. Soy hijo único y mi madre tiene deudas. Siento no poder enviarle ni 50 euros”.