Zapatero, al renunciar a La Moncloa e intentar que la candidata fuera Carmen Chacón, se encontró con que los mismos que unos años atrás le llevaron a la secretaría general del Partido y después a la presidencia del Gobierno le torcieron el brazo para que desistiera y a dedo, sin primarias, nominara a Pérez Rubalcaba, el hombre que servía para un roto y un descosido, para parar un golpe o pasar al ataque, para alardear de un éxito o enmascarar un fracaso. Un todo terreno que empezó a asumir responsabilidades con Felipe González en 1982; un ministro de Educación que formuló planes de enseñanza que vendidos como progresistas nos han llevado al fracaso escolar; un portavoz del Gobierno que puso rostro pétreo para afrontar casos como los GAL, Roldán, Filesa y Mariano Rubio; un ministro de Interior que intervino, supo o medió en negociaciones con ETA; y que desde que entró en la fontanería del Partido nadó y guardó la ropa. Y que en un pronto mesiánico, con Zapatero chamuscado y la casa en llamas, se sintió con fuerzas para salvar los muebles, convencido de ser incombustible, pero pasando por alto que el todavía secretario general del partido, al aceptarle como candidato, no iba a facilitarle las cosas y que al tiempo que le presentaba como el sprinter que había sido en años juveniles le lanzaba, ya no tan joven, a una carrera de fondo y poniéndole piedras en una pista ya bastante desnivelada.
Al final cubrió la carrera con no poco tesón, el arropamiento de los incondicionales y apoyándose en el que, en el símil constructivo que se aplica a los partidos, se considera suelo electoral. Pero ni aún así pudo evitar la soledad del corredor de fondo que no sabe muy bien a qué meta se dirige, si a La Moncloa o a la sima de un fracaso en toda regla, con el suelo hundido bajo sus pies: cuatro millones de votantes menos y 59 escaños cedidos a otros partidos, para arañar 110, un récord a la baja, superando los 118 de Felipe y los 125 de Almunia, los peores para el PSOE en estos treinta años de democracia.
Se repite que las elecciones no las gana el partido de la oposición, sino que las pierde el del gobierno. Y a esto se agarran los socialistas más entusiastas, aduciendo que ante la crisis que nos llegaba de fuera, han caído en Europa todos los partidos que gobernaban. Pero acaso olvidan lo que han hecho mal, que no ha sido poco.
De airearlo se han encargado ya y se seguirán encargando analistas y adversarios políticos y no voy a redundar, pero personalmente me interesa destacar lo que reseñé en estas mismas páginas, dos semanas antes del 20-N: que sin saber lo que pudo influir en la decisión de Zapatero para convocar las elecciones con cuatro meses de antelación, la aparente ventaja que le daba a su sucesor se le iba a poner en contra. “Ni la crisis griega ni el incremento del número de parados son datos alentadores para un velocista obligado a correr una carrera de fondo y, además, con obstáculos”, escribí entonces y pronto hubo que añadirle el de la caída de Berlusconi en Italia. Del cara a cara con Rajoy tampoco sacó ninguna ventaja, ni siquiera para movilizar a sus fieles. Cuatro millones le dieron la espalda y le dejaron en una situación difícil para optar a la secretaría general, que también se le pone adversa para su virtual contrincante, Carmen Chacón, vapuleada en Cataluña con una pérdida de votos y escaños que han convertido al PSC en segunda fuerza, después de CiU, a la que no le han afectado los recortes y ajustes necesarios para afrontar la bancarrota que les dejó el tripartito, en el que la voz cantante fue la del socialista Montilla.
Y Rajoy, un auténtico corredor de fondo que también sufrió soledad pero que la superó con la cabeza fija en una meta y que en su comparecencia ante los medios, después de confirmado su triunfo, leyó un buen discurso. Todavía no ha desvelado su programa, pero tendrá que encontrar un equilibrio entre recortes e incentivos, austeridad y reactivación económica. Ni Mas en Cataluña, ni Cospedal en Castilla-La Mancha, ni Aguirre en Madrid perdieron votos -al contrario, los ganaron- con medidas impopulares, lo que confirma que gobernar no es pastelear sino tomar las decisiones adecuadas, aun a costa de alboroto y agitación en la calle. No pueden decir lo mismo los dirigentes de Coalición Canaria que, de no ser por la ayuda de Nueva Canarias y la prima que les concede la única circunscripción regional en la que concurren, se hubieran volatilizado. Mientras los nacionalistas vascos y catalanes sacaron provecho de ella, los canarios no supieron hacer llegar a los votantes -en palabras del propio presidente Rivero- ningún mensaje, ni tampoco superar los efectos letales del abrazo con los socialistas, equiparables a los del oso. ¿Refundación o refundición? Tendrán que aclararlo y mejor pronto que tarde.