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DÍA DE TODOS LOS SANTOS > DE LA TRADICIÓN A LA MODERNIDAD

El panteón familiar de Anaga

   

Tras el oficio religioso celebrado en la capilla, el administrador parroquial bendice los bloques de nichos acompañado de los fieles. / FRAN PALLERO

NANA GARCÍA | Santa Cruz de Tenerife

“Angelitos somos / del cielo venimos / y con la paz de Dios / limosna pedimos”. Con esta oración, los monaguillos de Taganana solían recorrer cada primero de noviembre los rincones del pueblo “con el portapaz (una especie de retablo pequeño de plata que los fieles solían pasarse para besarlo en el momento de la misa en que se daban la paz) y el acetre para bendecir las casas”. Los donativos eran recibidos por los pequeños ayudantes de los servicios eclesiásticos como pago por doblar las campanas, un toque de oración que servía “para iluminar en su camino a las ánimas benditas del purgatorio”, según la creencia popular.

Aunque los acólitos no salen hoy a la calle, Taganana sigue siendo uno de los pocos reductos del área metropolitana en el que aún sobreviven algunas tradiciones de los finados, como el toque a muerto que “los vecinos todavía esperan que se haga”, a pesar de que ya no se lleva a cabo desde el mediodía del 1 al mediodía del 2 de noviembre, sino en un horario más reducido, tal y como explicaba ayer el administrador de la parroquia de Nuestra Señora de Las Nieves, Javier Cruz, tras finalizar el oficio religioso en la capilla del cementerio de Santa Catalina.

Un servicio de Anaga

Construido en 1870, este camposanto no es exclusivo de los tagananeros, sino que es un servicio propio de las poblaciones que hace siglos pertenecían al antiguo municipio de Taganana: Roque Negro, Taborno, Afur, Almáciga, El Batán, Casas de la Cumbre o Benijo, incluso la Punta de Anaga que desde hace años posee su propio cementerio (Chamorga, Cumbrillas y Bodegas). “Decimos que es el panteón familiar del pueblo” dado que “aquí el 99% estamos emparentados”, apunta Luján González, presidente de la Asociación de Vecinos La Voz del Valle, e integrante de la Hermandad del Santísimo Sacramento.

“En comparación con otros cementerios, este de Taganana es más humano, más cercano”, insiste González. “Un día como hoy sirve para el encuentro entre muchas familias”, agrega el sacerdote.

“Antes se venía andando por los caminos y luego de vuelta otra vez a pie”, comentaba Antonia González, de 85 años y natural de Casas de la Cumbre, que ayer honraba a sus difuntos en compañía de su hija Adelina Hernández, y su nieto Marco Antonio Marichal. “En aquella época, bajaba la comitiva fúnebre por los caminos forestales, entre huertas, y los muertos solían ser transportados en el cajón comunal, que hoy en día ya no existe”, añade González.

Ubicado en Los Tarajales y frente al Roque de Las Ánimas (cuyo nombre responde a la creencia de que allí habitan almas en pena porque “se veían luces”), el cementerio de Santa Catalina en Taganana cuenta con nichos desde la reforma realizada a mediados del siglo XX, época en la que también “Don Isidoro, el antiguo párroco” suprimió los “entierros de clases”.

Cada primero de noviembre, este camposanto -que llegó a contar con una chercha o lugar de enterramiento de personas que no estaban bautizadas, vivían amancebadas o habían muerto sin la gracia de Dios- solía reunir a los fieles para prender candiles de aceite por el alma de sus difuntos, un ritual que hoy se sigue conservando, pero en la intimidad de los hogares. Otra costumbre del Día de los Difuntos consistía en colocar fuera de las casas una olla de barro con una vela para a ahuyentar los malos espíritus o iluminar a las almas de los familiares.

El ritual de limpiar y ornamentar las sepulturas sigue siendo en este espacio de Anaga tarea mayoritaria de mujeres, una estampa que no tiene lugar únicamente a esta solemne celebración, sino “prácticamente todos los fines de semana”, indica el sepulturero, Ismael Romero.