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Evocación a Ernesto Lecuona > Othoniel Rodríguez

   

A principios de mi carrera de pianista tuve la oportunidad y el privilegio de participar en varios homenajes a Ernesto Lecuona con algunas de las personalidades artísticas que lo habían conocido, trabajado con él y algunos amigos de su entorno más íntimo, los que frecuentaban su finca La Comparsa. Allí, en esa finca de recreo, entre árboles frutales, plantas exóticas, animales de granja y una gran colección de flores, se reunían los fines de semana a jugar juegos de mesa, como bridge, canasta y dominó, el juego preferido del maestro. Allí también se gestaron grandes proyectos artísticos y al final de cada tarde el gran Lecuona se sentaba al piano y empezaba a improvisar o a recordar sus melodías preferidas.

Una anécdota memorable que recuerdo sobre Lecuona fue la que me contó Félix Guerrero, también director de orquesta. Félix desde muy pequeño conocía y veía tocar a Lecuona pues era muy amigo del padre por asuntos relacionados con la Sociedad de Derechos de Autor. El maestro visitaba su casa y se sentaba al piano -ese era su hobby-, y todos se ponían enseguida a escucharles. Bajo la guía del maestro, Félix estudió dirección de orquesta y pudo grabar los preludios de sus tres zarzuelas con la Orquesta de Cámara de Madrid y los Coros de Radio Nacional de España. Félix Guerrero me contó que estuvo junto a Lecuona en el Hollywood Bowld cuando interpretó la Rhapsody in Blue en presencia de su autor, George Gershwin, quien subió al escenario al concluir el concierto para felicitar al maestro por la magnífica ejecución y, como encore, Lecuona le tocó un fragmento del Concierto en Fa, sorprendiendo al compositor norteamericano por su gran maestría. Esto Félix me lo comentó en el Palacio de Bellas Artes Museo Nacional de La Habana, durante un festival Lecuona in Memoriam. Félix me confesó que fue una sorpresa y un regalo del cielo para él pues no le había visto tocar aquella obra. Tanto Félix Guerrero como Sánchez Ferrer me hablaron del touché con fuego de Lecuona, rara intensidad e ímpetu singular, y de su magnífico empleo de los pedales, ese gran pianismo que llevaba dentro. Por eso impresionó al mismísimo Ravel cuando lo vio en París en 1928, presentado por el Premio Cervantes 1977 Alejo Carpentier.

El 29 de noviembre de 1963, tal día como hoy hace justo 48 años, Ernesto Lecuona dejó de existir en el hotel Mencey de Santa Cruz de Tenerife. Mi homenaje de este año al gran maestro lo celebré el viernes pasado en el Instituto Cabrera Pinto, en La Laguna, como cierre del proyecto cultural Cuba y su patrimonio musical y con un concierto en el que interpreté tres de sus obras más características: La Danza en Tres por cuatro, la pieza característica Preludio a la noche y la danza afrocubana La conga de Medianoche. Y como bis, Y la negra bailaba. Para los amantes de la música universal Lecuona siempre estará vivo.