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papas & chips > por Elba Navarro

JaloGüín, o como se llame > Elba Navarro

   

El nombre es lo de menos, lo realmente irritante han sido las últimas ocho semanas… ¡madre mía! Parecía que no iban a terminar nunca. Desde principios del mes pasado, ir al supermercado se había convertido en una odisea. El color naranja (terminas aborreciéndolo) invadía cada rincón, calabazas por todas partes, calaveras, esqueletos, arañas, vampiros, muñecos diabólicos… ¡vamos! Un no parar de artículos desagradables.

La sección de moda tampoco se libraba: camisetas con brujas, gatos negros, monstruos que brillan en la oscuridad… y en alimentación, pasamos de los tradicionales estantes de chuches a una explosión colorista con bolsas gigantes de surtidos calóricos de lo más variado, pasillos y pasillos repletos de bonos de inversión en dentistas, porque semejante sobredosis de azúcar termina hasta con los dientes más perfectos. Al caer la noche, en los habituales paseos por los alrededores de mi casa, veía como mis vecinos, personas aparentemente normales, convertían sus jardines en improvisados cementerios. Algunos transformaban las puertas de sus casas en siniestras entradas al infierno y los más graciosos, o eso creen ellos, hasta habían instalado muñecos que al pasar se movían o emitían algún sonido que te daban un susto tal, que faltaban un suspiro para caer muerta… ¡ah claro, por eso lo del cementerio! Ahora lo entiendo. Que detallistas son estos yanquis, lo tienen todo controlado. Pronto descubrí que lo que se estaba cociendo era Halloween que en resumen es una especie de fiesta de carnaval, en la que por un día los disfraces y la caradura están justificados. A saber, cientos de niños no paran de tocar en tu puerta diciendo Truco o trato. El trato es que les des golosinas (tarde comprendí lo del pasillo del supermercado) si no les das nada, te asustan; pero no se crean que aquí van de broma, los más modernos llevan máscaras con un mecanismo que hace que parezca que les sangran los ojos, que desagradable. De hippies los vestía yo a todos para quitarles la bobería, lo malo es que los American Dads no opinan lo mismo. Se pueden imaginar la de sustos que nos llevamos mi señor esposo y yo cuando al abrir la puerta les invitábamos a castañas asadas, casi nos matan. Y es que, sintiéndolo mucho, vale que viva en Estados Unidos, vale que haya cambiado la tortilla por la hamburguesa, vale que todo sepa a salsa barbacoa y vale que digan good morning en lugar de buenos días, pero, hellou, mis finados ¡no me los quita nadie! Ala, ya lo he dicho.