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Puchero y política > Rafael Alonso Solís

   

Escribir sobre política en los tiempos que corren constituye un ejercicio de lidiador a la antigua usanza, con escasas posibilidades de lucimiento y que exige doblarse con el toro a base de hachazos, casi en cuclillas y sin perderle la cara. Muy lejos de cualquier intento de rozar el cielo mientras se te para el corazón en medio de un lance. Si se usa la ironía, lo normal es que todo se reduzca a un paso de salón, amanerado en los gestos y falto de emoción por la ausencia de lírica en el objeto del análisis. Si se opta por el abuso de los adjetivos ruidosos, el texto acaba pareciéndose mucho a un panfleto, y ése es un género literariamente detestable. Lo cual que a uno no le sale, o le sale mal, no sabiendo nunca cómo entrarle a la cosa, que a lo mejor ni siquiera tiene un pase. Ahora acabamos de elegir a los jefes, y lo hemos hecho en uno de los momentos más críticos de la historia de la democracia ibérica. El resultado ha sido el cantado previamente por los profetas, y el análisis no permite mucho más que reconocer que ha pasado lo de siempre, es decir, “que han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses”. El ganador -al que si la campaña se alarga un poco, la cara de pánfilo se habría acabado por convertir en mueca de barracón- lo ha hecho sin arriesgar un hilo de la corbata y usando el verbo depender como única coletilla que aplicar a cualquier pregunta con intenciones. El perdedor lo era desde hacía tiempo, desde que le pusieron en suerte un país desencantado y con el agua al cuello, y en el que él mismo -a pesar de su reconocido oficio y buenas maneras- había contribuido a verlas venir en medio de un manojo de floreros. Al resto de la izquierda merece la pena contemplarla en clave local, cercana e inmediata. En Canarias, como si ninguna lección sirviera para otra cosa que para apuntalar las mismas posiciones del jurásico, han sido incapaces de superar la vanidad de andar por casa y se han dividido como siempre, demostrando que ni cuando les colocan las bolas a huevo son capaces de usar la inteligencia para otra cosa que para intentar acabar la maratón antes que su primo. En cuanto a los partidos nacionalistas, puede que constituyan la esencia de la lucha por la permanencia como único faro hacia el futuro. Cuando, elección tras elección, la idea fuerza viene a ser como la importancia de llamarse Ernesto, es decir, subrayar la identidad como si eso constituyese un bien en sí mismo, una especie de poción que garantiza la calidad y posibilita la eficacia, es porque se sabe que el modelo funciona y que no hay ningún elemento que vaya a cambiar demasiado las cosas. O que no se arregle en torno a un puchero.