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Silencio en el ojo del huracán > Jorge Bethencourt

   

Desde la distancia se escucha el ruido de la piedra de afilar con la que Mariano Rajoy está preparando la tala del bosque de la deuda española. El premio Nobel, Stiglitz, ha pasado por España para decir que con la austeridad no se sale de ésta.

Que los recortes de gasto público sólo sirven para producir más enfriamiento y menos crecimiento económico, menos actividad, menos riqueza y menos ingresos fiscales. O lo que es lo mismo, el círculo dañino de la pobreza. Otras voces sostienen que una crisis de deuda no se puede solucionar con más deuda y que los recortes de gasto público son la piedra angular para poder destinar más recursos a inversiones productivas y permitir que exista más dinero a disposición de los agentes privados de la economía.

Mientras se piensa en una posible devaluación del euro, los países de la Unión Europea han apostado por la austeridad. Y España se va a sumar con entusiasmo al núcleo duro de los que no quieren gastarse lo que no tienen. Entre 2008 y 2009, nuestro país generó una deuda de 70.000 millones de euros que se vino a sumar a lo que ya debíamos. Y el aumento del gasto público, pese a la doctrina Stiglitz, ni creó más riqueza, ni más trabajo, ni más actividad económica. Todo lo contrario. En tres años, del 2008 al 2009, en un comportamiento suicida, mientras la economía privada entraba en glaciación y perdía casi tres millones de puestos de trabajo, se crearon más de 280.000 nuevos empleos públicos en administraciones autonómicas y locales.

Lo que Rajoy está planteándose, en ese extraño retiro catártico en el que ha entrado tras su salida triunfante al balcón de Génova, es lanzar un mensaje a todo el país basado en las premisas de sangre, sudor y lágrimas. De esta guerra no vamos a salir sin bajas y sin sacrificios. Y quien está en la primera línea el frente, en las sucias trincheras de este Verdún contemporáneo, es la clase media, la carne de cañón de siempre. Pero, además, el nuevo Gobierno va a lanzar sobre la mesa un durísimo recorte del número de empleados públicos y del coste de las administraciones, algo que afecta al núcleo esencial de los sindicatos españoles cuya mayor sensibilidad pivota precisamente sobre ese núcleo laboral.

Tiempos excepcionales demandan medidas excepcionales. Y el silencio en el que se ha sumido Rajoy es el anticipo de un estruendo sobre el que ahora solo cabe especular. Pero prepáremonos para una traca de órdago mientras escuchamos el silencio del ojo del huracán.

Twitter @JLBethencourt