El último informe de Eurostat, que sitúa a Canarias (con el 28% de desempleo -ahora ya está rozando el 30%-) a la cabeza de todas las regiones europeas en número de personas paradas y no ha podido activar más las alertas.
La pujante y dinámica industria turística no tiene capacidad para absorber los miles de trabajadores que huyeron de sus periodos formativos y cayeron en el espejismo de la construcción.
Ahora, las aulas de la universidad vuelven a estar llenas de treintañeros y de alumnos de más edad, pero el desasosiego se ha instalado en nuestras casas, miles de ellas, con todos sus miembros sin recibir ni un solo euro.
Como bien demostraron los parqués y los mercados internacionales, las dentelladas al sistema financiero español no han desaparecido con las elecciones. Un sistema desfasado nos obliga a esperar casi un mes, hasta el día antes de Navidad, para ver proclamado como presidente del Gobierno a aquel a quien los ciudadanos ya otorgaron el pasado domingo esa responsabilidad.
Pero si algún lugar de toda España está sufriendo la crisis como nadie es el pequeño y apacible pueblo herreño de La Restinga. A la delicada situación del país, estos 600 vecinos han sumado la erupción del volcán submarino. Se acabó la pesca, han cerrado todos los clubes de buceo, no quedan apenas barcas, nadie ocupa sus apartamentos, más de mil personas han abandonado La Frontera, en la Isla, para irse a vivir a Tenerife. El miedo que hemos trasmitido los medios, especialmente la televisión, los continuos temblores (más de 11.000), la descoordinación política (que ha anulado y apartado a las autoridades de la Isla, en aplicación de un plan claramente revisable y discutible), la indefinición científica (no saben lo que está pasando porque es la primera vez que lo viven en directo) y un semáforo rojo permanentemente que es la peor imagen promocional hacia al exterior han sido factores que influyen en una crisis muy profunda y preocupante que nadie parece tomarse como el serio problema que es… La Restinga, La Frontera, El Pinar, hasta Valverde son, hoy, pueblos fantasmas, con vecinos sumidos en una depresión inmensa, con miedo y desesperación, de la que creen que no saldrán en mucho tiempo. “Estamos ante una tragedia como la del Prestige”, lamentan, pero sin una clase política valiente y comprometida, que dé la cara por El Hierro ante el Parlamento español (sin constituir y con un Gobierno interino) ni en Bruselas.
El Hierro no quiere la caridad de nadie, ni migajas presupuestarias. Sólo ideas sencillas que mantengan viva su economía. Por ejemplo, que en todos los hogares de las Islas haya al menos uno de sus excelentes productos (piñas, mangos, quesos, vinos, quesadillas). O que los estudiantes de Geografía de toda Europa viajen allí y aprendan lo que es un volcán en directo, que se alojen en las casas de los vecinos, como los bed&breakfast de todo el mundo. La mancha del volcán también tapa el brillo de la primera central hidroeólica del mundo, una inversión que supera los 70 millones de euros, diseñada por más de 200 ingenieros y que ha empleado a más de 400 obreros.
El Hierro necesita una acción unánime, coordinada. Es la hora del ciudadano, de plantarse de verdad y de demostrar que Canarias es realmente un solo pueblo, más allá de un lema navideño… Volcar todo lo que somos en detalles mínimos, como escaparse este puente o en fin de año para disfrutar de su tranquilidad. Como ha ocurrido con cualquier otro rincón del Archipiélago que nos ha necesitado, hoy, en DIARIO DE AVISOS, todos somos El Hierro.