En sus últimos años le preguntaron al poeta Jaime Gil de Biedma su posición política -mucho tiempo antes, en plena dictadura, había intentado entrar en el PCE y no lo dejaron: por demasiado rico, porque se divertía mucho, quizás por homosexual- y después de algunos segundos de reflexión respondió: “Creo que sigo siendo de izquierdas, pero ya no ejerzo”.
La tentación, efectivamente, es tirar las llaves por la ventana y quedarse en la izquierda pero sin bajar a la calle para evitar, sobre todo, tropezarte con supuestos o reales izquierdistas. Pibes y pibas, señoras y señores de izquierda, afirman algunos de ustedes -leo sus correos acongojados o supurantes – que en vez de meterme con los gobiernos y las fuerzas conservadoras que destruyen nuestras vidas por tierra, mar y aire me dedico sobre todo alevosamente a criticar todo corpúsculo progresista, y quizás tienen razón. Lo que no acierto a trasmitirles con mediana eficacia es que, sinceramente, jamás pude sospechar que tolerar a las izquierdas sería casi tan penoso como soportar a gobiernos, organizaciones empresariales y escualos bancarios.
El otro día un joven furibundamente conservador, bajo un mapa de Europa en el que los gobiernos derechistas eran abrumadoramente mayoritarios, hacía un comentario brutal: “Es verdad que la izquierda tiene un problema pero, ¿saben cuál es? Que estamos en el siglo XXI”. ¿Es la izquierda esta puñetera indignación perpetua, lloriqueante, flagelante y autoflagelada envuelta en un mesianismo que se alimenta con detritus ideológicos mil veces regurgitados? ¿Es de izquierda la advertencia infinitamente prolongada de que estamos a punto de sumirnos en un apocalipsis caníbal y yo con estos pelos? ¿Es de izquierdas refocilarse masturbatoriamente en victorias históricas, conseguir dos concejales o quedarse a tres décimas de obtener un consejero en el Cabildo, y si no lo sacamos es por la malvada ley electoral? ¿Es de izquierdas este carnaval repulsivo de humillados y ofendidos con derecho a la demagogia permanente porque si los grandes partidos practican la demagogia porque no hacerlo nosotros, que somos los buenos? ¿Es de izquierdas pedir que los políticos regalen a los pobres sus pagas de Navidad, insultar a periodistas que no publican exactamente lo que queremos y solo lo que queremos, confundir a profesionales decentes con la hez de una profesión sobre la que escupen diariamente salvapatrias del tres al cuarto o políticos que hace diez años recaudaban dinero para campañas electorales de constructores multimillonarios? ¿Es de izquierdas pedir que los próximos presupuestos locales los elabore el pueblo en asamblea autogestionaria? ¿Eso es de izquierda, la izquierda que nos queda, la alternativa real al capitalismo rampante y al suicidio inducido de la democracia parlamentaria?