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‘Chachán’ > José David Santos

Hace unos días nos enterábamos del fallecimiento de uno de los personajes de este pueblo llamado ciudad, que es Santa Cruz, y que está en el recuerdo colectivo de, al menos, dos generaciones de chicharreros. Algunos lo conocían por Satán, otros, por El Legionario. Con su carácter rudo, incluidos insultos y verborreas ininteligibles, su enfermedad mental lo llevó a utilizar las calles de la capital tinerfeña como hogar durante décadas. Pesadilla de muchos niños, el personaje superó a la persona e, incluso, en su muerte su verdadero nombre no apareció en los medios que se hicieron eco de su fallecimiento.

Sin embargo, todos esos años de vagabundeo y abandono personal no borraron del todo su recuerdo. Así, un lector de la edición digital de nuestro periódico comentaba en la citada información algunos datos biográficos. Gracias a ese apunte sé que “su verdadero nombre era Sebastián Baute, natural de San Andrés, y miembro de una familia de siete hermanos muy apreciada en el pueblo”. Conozco ahora detalles como que “algunos de sus hermanos fueron grandes futbolistas, no sólo en el San Andrés, sino que uno, Carlele, llegó a jugar en categoría nacional en la Península”. Rafael, que así se hace llamar el autor del comentario, incluso rememora que “los niños de la época gozábamos con los relatos de sus aventuras y las películas del Oeste americano, puesto que era un devorador de novelas de este género”. Pero, sobre todo, me quedo con el último párrafo: “Era una buena persona, aunque finalmente era un poco hosco debido a la perturbación de sus facultades. En San Andrés casi todos tenemos un nombrete y el de Sebastián era Chachán. El sepelio tuvo lugar en San Andrés porque una sobrina suya, que lo tenía en su póliza de decesos, así lo quiso. Gran detalle. D.E.P. Sebastián Baute el Chachán”.

La importancia de lo que somos es tan efímera como nuestra vida, pero no cabe duda que historias como la de Chachán -me niego ya a llamarlo Satán o El Legionario- nos descubren que todos tenemos una historia; unos anhelos; unos recuerdos; unas infancias, por ejemplo, de indios y vaqueros, como la de Sebastián; en definitiva, una vida. Sinceramente, no he comprobado los datos aportados por Rafael a la biografía de Chachán, no he ejercido de periodista, no he corroborado las fuentes… porque no deseo que, ahora, esa parte de la historia de Chachán cambie. Quiero creer que todo eso es cierto, que aquel señor que habitó al calle del Castillo entre cartones y desprecios tenía gente que lo recordaba, que sabía, incluso mejor él, quién era, de dónde venía. En Santa Cruz, por desgracia, hay muchos personajes callejeros que forman parte del paisaje cuya desaparición tendrá lugar en el silencio del olvido y que no correrán la suerte de que alguien, como le ha pasado a Chachán, los recuerde.