FRAN DOMÍNGUEZ | Santa Cruz de Tenerife

Se llama Irina y no es ni rusa ni de ningún país eslavo como podría desprenderse de su nombre; procede de un sitio mucho más cercano a estos lares: de Gran Canaria. Esta violinista de la Orquesta Sinfónica de Tenerife (OST), de 27 años, es, además, la benjamina de la formación musical. “Mis compañeros no bromean conmigo porque soy la más pequeña, sino porque soy de Las Palmas”, apostilla, entre risas, Irina Peña Sánchez. La violinista de la OST se inició en el mundo de la música a los siete años, cuando su madre, influenciada por una amiga, la puso a estudiar solfeo. A las ocho años hizo las pruebas de acceso al Grado Medio del Conservatorio, donde tuvo que elegir entre tres instrumentos: flauta, piano y violín. Al final, se decantó por éste último. “Para viento no tenía pulmones, según me explicaron los profesores, y el violín se me daba mejor”, recalca.
Tras terminar la enseñanza intermedia, Irina se fue un año y medio a Madrid, a la Escuela de Música Reina Sofía, y luego a Francia y a Holanda, donde concluyó sus estudios superiores, para en 2008 ingresar en la OST. “Todos los instrumentos tienen su dificultad. Quizás el violín resulte muy virtuosístico, puesto que tiene un repertorio muy exhibicionista, con obras que requieren de mucha rapidez y velocidad. También está la afinación. Nosotros tenemos que tocar dobles cuerdas y esos son inconvenientes añadidos”, aclara sobre la complejidad de su herramienta de trabajo.
Irina considera que ha tenido que renunciar a mucho por la música. “Hay que tener una capacidad muy grande de soledad para dedicarse a esto. La vida de un músico es muy solitaria, tiene que dedicar muchas horas, ser muy disciplinado y estar centrado porque se convierte en una tarea muy dura. Por eso digo que la soledad es una de los aspectos más importantes para dedicarse a la música. Lo notas cuando tienes que ir a estudiar fuera y no cuentas con el apoyo cercano de tu familia y de tus amigos. Debes sacrificar esas cosas”, subraya.
Desde pequeña ya era consciente de que ese esfuerzo la iba a privar de muchas cuestiones. “Recuerdo estar estudiando violín en el balcón de mi casa y mis amigas jugando en la calle”, apunta para precisar que el hecho de tocar ese instrumento hizo que algunos la vieran como una especie de “bicho raro”. “En el instituto me dijeron una vez: ‘Irina toca el violín con el libro de Química en el atril”. En cualquier caso, sus esfuerzos se han visto recompensados, dado que se erige en uno de nuestros valores musicales.
Sobre la OST, la solista de violín destaca que es “un placer trabajar en una orquesta de tanto nivel”. “Estoy muy orgullosa de pertenecer a una de las mejores orquesta de España y de Europa”, remarca. A su juicio, han pasado excelentes directores por la OST, si bien guarda un gratísimo recuerdo de Lü Jia. “Es un director prodigioso. Hacía que la orquesta diera lo mejor de sí. Era muy disciplinado, pero la orquesta por sí sola es una formación de mucha calidad, de mucho nivel”. En este aspecto, Irina asegura que hay bastante talento en Canarias y muy buenos músicos, “pero siempre está la tendencia de creer que la gente de Centroeuropa o de Europa del Este es mucho mejor, porque es más disciplinada, pero no es así”.