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“No sabemos cómo estamos vivos”

Una de las afectadas, en su domicilio, adonde ha regresado junto a su hijo de cuatro meses y su marido, tras la rotura del estanque. / N. D.

NICOLÁS DORTA | Granadilla

Yaiza Marín y su marido, junto a su bebé de cuatro meses, han vuelto a su casa tras la tromba de agua que pudo acabar con sus vidas la madrugada del viernes al sábado, por la rotura de un estanque próximo. Mientras, Ana María Gutiérrez sigue en casa de su hija. El agua borró del mapa el hogar donde vivía desde hacía más de veinte años. Apenas dejó los muebles del dormitorio, cubiertos de barro. Ana no se levanta de la cama, pero los dolores, afortunadamente, cesarán.

La casa de Yaiza está a medio hacer, sostenida sobre pobres muros de bloques sin pintar y lo que pretende ser un techo en condiciones. Hay habitaciones que ya no lo son, pero es donde Yaiza quiere vivir.

La calle San Casiano reflejaba ayer los restos de barro y los daños causados por la riada que no avisó y arrastró lo que encontró, incluso coches. En la parte superior está el embalse. Se aprecian las paredes que cedieron, justo las que protegieron la casa de Rodrigo que vive con su mujer. El sí pensó que se trataba del estanque. “Se veía venir”, dice. “La piedra ha sido lo que me paró”, añade. “Sentí un ruido tremendo, recé, y cogí a mi familia”, cuenta. Ana, en cambio, pensó “que era un sueño”. En pocos segundos se vio empapada, al descubierto, ayudada por su vecinos.

Autoconstruidas

Unas 15 personas viven en estas viviendas de autoconstrucción sobre una finca particular. Eran antiguas casas de medianeros y poco a poco se fueron ocupando, unas mejor que otras. Los vecinos aseguran que tienen los permisos por hacer habitable el espacio.

Hace siete años se derribó una parte de las viviendas con la idea de construir una carretera a través de la empresa pública Gestur, y urbanizar esta deteriorada zona. A cambio se realojaría a los habitantes o habría bonificaciones por las expropiaciones, a lo que el Ayuntamiento de Granadilla se comprometió. Pero “quedó en el aire”, decían ayer los vecinos. Todos se fueron con la promesa de tener una casa nueva. Sólo quedó Ana y otra familia. Luego también regresó Yaiza y su marido al no tener dónde ir. Y poco a poco llegó el resto hasta hoy.

Estas familias están ahora en situación límite. Yaiza sigue recibiendo vales de comida, pero su casa está aún peor. Ana no tiene donde ir, su hija está en paro, se le acaba la ayuda. No sabe lo que va a pasar. “Menos mal que estamos vivos”, afirman.

No hay denuncias

De momento no se ha denunciado al propietario del tanque, pero Ana piensa “depurar responsabilidades” en cuanto se recupere. El Ayuntamiento también está barajando opciones aunque poco dice hasta ahora. Ayer, técnicos y concejales se reunían para tomar medidas ante lo sucedido, pero de momento no mueven ficha.

Ana no recibe ayuda psicológica, según dice. Pero Yaiza sí. “Se han portado bien conmigo, no es el caso del encargado de esta finca que ni siquiera me ha venido a ver”, se lamenta la principal afectada. “Esto lo que deberían es tirarlo y arreglarlo” añade.

El agua de un tanque antiguo no sólo se ha llevado por delante un hogar, ha destapado historias que necesitan respuesta.