Fácil resulta tener multitud de personas interesadas alrededor cuando los bienes de fortuna o la posición social le colocan a uno en circunstancias propicias para conceder favores y demás auxilios.
Pero digno es de admiración y de la máxima consideración a cualquier nivel quien dotado de relevantes cualidades de naturaleza multiplica el número de sus actuaciones humanitarias, dispuesto a facilitar la resolución de problemas y llevando a cabo la labor con la inmensa gracia compatible con el deber, la justicia y la honradez.
Nadie sigue siendo el mismo, después de recibir el afectuoso empuje de una mente elevada.
Existen espÃritus adornados de tal nobleza que actúan como una vigorizadora y refrigerante brisa, como un reconfortante tónico.
Renuevan nuestro ser. Hay en el fondo Ãntimo de la personalidad de algunos individuos mucha más amabilidad de la que nos figuramos.
A pesar del egoÃsmo que hiela este mundo que nos envuelve, hallar abnegación o desinterés extremo, transmisión de optimismo, ilusión y fe, todo ello acumulado, siempre supone la posibilidad de conjuntar el estÃmulo y el aleccionador incentivo, que nos impulsa a la confianza y a la misma creencia.
Aquellos que nos aprecian y ayudan a obtener esa seguridad propia redoblan nuestra eficiencia individual.
Necesitamos que alguien nos provoque a efectuar lo que podemos hacer.
La espontaneidad del afecto no surge en ciertas personas de la esperanza de recibir algo a cambio ni se resiente de verse pospuesta al deber, porque entienden que mediante la coparticipación alivian las preocupaciones, pesares, sufrimientos y penas, acrecientan las alegrÃas, despiertan el sosiego, y sin precisar ofrecimientos o promesas, acuden solÃcitas donde la necesidad o la ocasión las llame.
Es el abolengo espiritual, que brota del trato y del roce con los otros seres humanos.
Somos, según expresó alguien, el complejÃsimo producto del conjunto de seres con los que nos relacionamos, y que dejan en nuestro carácter una marca, una impresión intensa, permanente y duradera, imborrable.
Son aquellas personas que alumbran las fuentes de la palabra y también del sentimiento. Que despiertan la Ãntima poesÃa del alma.