T. FUMERO | Santa Cruz de Tenerife
Fue hace dos viernes cuando los encontraron refugiados en un conocido bar de la santacrucera calle de Méndez Núñez. Eran tres, todos ellos varones aunque de edades bien distintas, ya que eran las tres generaciones de una misma familia extranjera: abuelo, hijo y nieto, éste un bebé.
Habían llegado a Santa Cruz de Tenerife por la mañana en un crucero y buscaban, con cierta desesperación, alguien que hablase inglés. Tenían motivos para estar asustados.
Mientras ellos permanecían en el bar, la abuela y la nuera, madre del bebé, curioseaban en un bazar cercano. A buen seguro que la gran extensión del mismo y lo abigarrado de sus estanterías ayudaron a que no oyeran que el dueño se iba a las tres.
Y allí estaban, encerradas desde entonces y el crucero que se va, según insistían sus apesadumbrados familiares a quien pudiera entenderles. Avisada la policía, dos patrullas se personaron en el lugar y, vía teléfono móvil, comprueban que el negocio está trancado con las clientas atrapadas a cal y canto en su interior.
El creciente grupo de curiosos atraídos a aquella hora de la tarde por el singular suceso promovía la acción directa y sin contemplaciones, incitando a que los agentes tirasen la puerta del bazar abajo para liberar a las recluidas.
Nada de eso. Uno de los coches del Cuerpo Nacional de Policía marchó del lugar para volver con el propietario a bordo. Cuando le preguntaron, respondió en su castellano orientalizado que él cierra a las tres.
Abierto el bazar, surgieron las encerradas, de evidente origen nórdico. Su salida supuso el cénit surrealista del incidente, ya que los curiosos presentes les aplaudieron y vitorearon mientras ellas saludaban y sonreían.
Finalmente, los turistas llegaron a tiempo al crucero; el bazar sigue cerrando a las tres.