El estado anímico de Cristina Tavío debe ser de un agridulce terrible. Si somos drásticos, mientras el PP tinerfeño (que ella ha forjado con sus manos) llega a cotas de poder jamás imaginadas, su figura política activa se circunscribe a ser concejala en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y parlamentaria, ambas en la oposición. Más agrio debe resultar aún, cuando fue su plancha la que mayor número de sufragios obtuvo en las pasadas elecciones locales. Vamos, que precisamente un dulce de leche no es lo que debe estar paladeando la presidenta de los conservadores tinerfeños. Cuando todas las figuras por las que ha apostado saborean los oropeles del poder, ella está sentada en el gélido banco de un ayuntamiento que se define progresista y que la ha dejado sola clamando en el desierto. Su intempestivo ofrecimiento de moción de censura al actual equipo de gobierno chicharrero, sin ambages ni anclajes, ha caído en un saco que se sabía roto de antemano.
Amén de la ola nacional del PP, la indiscutible salud de la que gozan los populares en Tenerife es obra de Cristina. Mi lectura particular es que si la niña Tavío no ocupa ningún puesto en la política activa, no es más que el reflejo de un sacrificio personal que un día decidió afrontar, y que no fue otro que encabezar la lista de su partido en Santa Cruz. Entonces, todo apuntaba a que el PP era harto difícil que gobernara, y así lo veíamos muchos. El trabajo dentro del partido confeccionando una lista sigilosamente burguesa, así como implicando a toda su formación en la contienda por la capital santacrucera lograron dos cosas insólitas. La primera: que el PP ganara en Santa Cruz. La segunda: haber dotado desde el PP santacrucero a todo el PP tinerfeño, de las ínfulas suficientes para creer que podían comerse el mundo, y como consecuencia, casi de haberlo conseguido. Cristina ha tenido y tiene la impronta suficiente para convencerse a sí misma de que lo imposible sí que es posible, y a ello dedica entonces las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. La presidenta del PP no tiene mando en ninguna plaza que no sea su partido. Ahora bien, dentro tiene toda la fuerza que da el ser la primera que se sube al caballo con la espada en la mano cual William Wallance (en Braveheart), para gritar Libertad. Claro que este apasionamiento del que hablo es una lente de doble efecto. El llevarse por la emoción, sin control, puede jugarnos (yo también soy pasional) muy malas e inoportunas pasadas. Y así, como un brindis al Sol, es como muchos han visto la proposición de moción de censura santacrucera que ella bien sabe que, hoy, nadie va a respaldar.
En Santa Cruz las cosas van a otro ritmo. Y como ella afirma en su estado del WhatsApp: “con mucha paciencia, todo llega”. Únicamente añadiría: y con templanza Cristina, y con templanza.
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