Panini está tardando en sacar su colección de cromos Las caricas de Camps, con los diferentes rictus del expresidente valenciano en el juicio al que se está sometiendo por un quítame allá esos trajes, quítame acá esos contratos. Haría una edición deluxe con las de Ricardo Costa, aunque éste tiene menos tirón.
De lo que he podido ver, han sido especialmente simpáticas las expresiones faciales de Camps cuando la sala escuchaba sus vergonzantes conversaciones con un señor al que, con gran propiedad, todos nos referimos como El Bigotes. Nunca vergüenza ajena pareció un concepto tan lleno de sentido.
Me fascinan los aduladores, pero me fascinan más lo que se dejan adular. Puedo entender que el Bigotes le dijera a Camps cosas como que contaba con su “lealtad por muchos años” (a lo que Camps le recrimina que no, que para siempre) o que le augurara a Costa que alcanzaría la presidencia del Gobierno de España, super-o-sea, pero lo que me ruboriza es el tono y la actitud con que ellos encajan unos cumplidos tan fuera de lugar, con una intención tan manifiesta y explícita de dar coba.
¿Qué pasa cuando uno llega ahí arriba, al poder? ¿Se atonta o solo se vuelve sordo? El emperador no solo va desnudo sino que se comporta como un memo de campeonato, y así pasan estas cosas. Que ya no te visten trajes a medida, sino una confortable sensación de impunidad, cosida y remachada por los amiguitos del alma que haces en la política.
Qué tarde es cuando vienes a notar que hace fresquito porque vas en cueros.