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DESDE ANDRÓMEDA >

Cuarentañeras > Verónica Martín

   

Dicen que los hombres (y seguro, las mujeres) pasan por varias adolescencias a lo largo de su vida. Desde ese momento de juerga continua, hasta el de la inseguridad segura o de los nuevos juegos vitales aprendiendo a ser maduros. Las nuevas adolescencias se traducen en sus ansias de seguir jugando, de agruparse en manadas o de teñirse el pelo y ponerse desfasadas chaquetas de cuero -o minifaldas- en cuanto se quitan la ropa laboral. El paso hacia la madurez es complejo y no todos lo vivimos de igual manera. Llevo ya un par de años considerándome cuarentona y mis amigos me reprochan que aún no he cumplido esa edad. No me parece despectivo. Me parece realista y coherente. Negar la obviedad de la madurez es absurdo. Eso de “lo importante es el alma joven” me parece una solemne estupidez. Envejecer no está reñido con conocer nuevas músicas, con la modernidad, con adaptarse a las tecnologías o disfrutar de las fiestas. Nos sorprende que nuestras abuelas usen Facebook (lo hacen para bobos, ¿por qué ellas siendo listas no lo pueden usar?). Los cuarenta no son los nuevos veinte. Pueden llamarme cuarentañera, si les gusta más.