No soy de las que piensa que todos los políticos son unos sinvergüenzas. Esos comentarios tan de barra de bar que alguna vez he escuchado a compañeros de profesión en los que se mete en el mismo saco a corruptos con trabajadores y se califica a todo aquel que tenga un cargo público de sinvergüenza me han dado siempre un poco de grima. En política, como en botica, hay de todo. Los políticos no llegan en naves espaciales. Salen del mismo sitio donde hay gente honrada, caraduras, vagos y trabajadores. Y, por eso, igual que en la sociedad, podemos encontrar de todo: los hay currantes y con sentido de servicio público, y los hay figurines que alimentan su ego con titulares y con miradas displicentes al chófer. Así de simple. Igual que todos conocemos funcionarios que se dejan las uñas en el teclado, se llevan el trabajo a casa y no saben lo que es una baja médica; esos que cuando te atienden en la ventanilla no solo saben qué tienen que hacer sino que intentan subsanar cualquier problema que se presente para evitarte volver, también conocemos a alguno que sin rubor alguno se levanta dejando una enorme cola de gente esperando para ir a desayunar y volver a los 30 minutos con bolsas del supermercado. O los que se pasan las tarjetas de fichar para traficar con sus ausencias y horas extras o que, incluso (y sí, ocurrió realmente), rompieron la maquinita que les obligaba a identificarse con su huella digital porque, al parecer, no les parecía justo que se controlara sus prolongadas ausencias. También conocemos todos a un parado modelo. El que está aprovechando su falta de trabajo formándose, aprendiendo idiomas, saltando de curro en curro, aceptando cualquier oferta, aun estando por debajo de su formación y expectativas con tal de no estarse quieto; consciente y convencido de que cualquier cosa es mejor que seguir en la cola del Inem. Y también conocemos al otro tipo; el que hace cáncamos que superan con creces lo que cobra por su subsidio y rechaza ofertas laborales serias para no perderlo porque es más cómodo y fácil vivir subsidiado. Y qué me dicen de esos médicos modélicos. Los que te tratan con respeto; los que escuchan, lo que se han molestado en estudiarse tu historial y te diagnostican después de auscultarte durante más de diez minutos. Existen como existen los que te miran por encima del hombro, los que te reciben por la tarde en su consulta privada, te cobran sin darte una factura (“solo efectivo, lo siento”) y dicen que al día siguiente vayas al Universitario o a la Residencia y le digas a la enfermera que vas de su parte para saltarte la cola. O ese magistrado serio que intenta mantener su juzgado al día. Que conoce el nombre de los funcionarios que trabajan para él y que intenta ser coherente y justo. Ese que ve y calla, aunque le molesta, cómo su compañero dicta sentencia contra un acusado de fraude fiscal y media hora más tarde está dando clases particulares, para preparar oposiciones a jóvenes recién licenciados, a los que cobra en metálico, y mucho, sin darles un recibo a cambio. De todo. Hay de todo en todos lados. Así es esta sociedad nuestra, variada y complicada.
Cada uno de su madre y de su padre. Sin embargo, caí el otro día en la cuenta de que hay algo que los políticos empiezan a tener todos, independientemente de su signo político, en común. Y es que ellos sí piensan que todos los demás somos iguales. Me di cuenta el otro día. Un miércoles cualquiera, en una de esas emisoras locales entrevistaban a un director general o viceconsejero o concejal; da igual porque lo que dijo se lo he escuchado en los últimos meses a unos cuantos cargos públicos. En medio de su discurso, lleno de frases hechas para vender su gestión, el periodista le trasladó un sms de un oyente. Una queja angustiada que resumía la miseria de no encontrar curro y las dudas sobre si podría o no cenar esa noche. Y fue la respuesta del político la que me sacudió. No optó por buenas palabras y promesas lejanas, no. Zanjó el tema diciendo que no era el momento de hablar de demagogias, y terminó la entrevista. Los políticos nos piden que no los metamos a todos en el mismo saco, pero ellos sí nos meten a todos en el mismo: en el saco de los imbéciles.