Estamos en fechas navideñas, ese periodo que viene marcado por la tradición cristiana o, para algunos no creyentes, por unos valores cargados de humanismo integrador. Es como si todos nos sintiéramos más próximos, más cercanos y solidarios. No digo que siempre sea necesariamente así, pero existen ciertas manifestaciones externas que actúan a modo de transmisores de cualidades positivas y de comportamientos sociales encomiables. Desde la práctica del regalo a la reunión familiar en torno a la mesa en la Nochebuena, todo constituye un rosario de vasos comunicantes que tratan de llevar acá y allá buenos deseos, réditos fraternales, adhesiones sin límite. “Sólo los demonios pueden quedarse fuera esta noche. La noche previa a la Navidad reúne a todos los espíritus”, escribe la Nobel de Literatura noruega, Sigrid Undset. Y el expresidente norteamericano Coolidge sentencia: “La Navidad no es un momento ni una estación, sino un estado de la mente. Valorar la paz y la generosidad y tener merced es comprender el verdadero significado de la Navidad”. En cierta medida nos comportamos mejor y más generosamente que nunca, sin tantas dobleces ni desencuentros. Somos capaces de reunir toneladas de alimentos, miles de juguetes y donativos millonarios para que quienes menos recursos económicos tienen puedan, al menos en estas fechas, contar con nuestra contribución voluntaria a modo de abrazo asociado a las mejores causas de la convivencia entre hermanos. Este año, las circunstancias han hecho coincidir el cambio de Gobierno con las vísperas de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Ojalá que sea una premonición para que el espíritu de la gran fiesta cristiana impregne los quehaceres generales del equipo de Rajoy. Al fin y al cabo, como decía su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, durante su toma de posesión, del tesón y el esfuerzo del Gabinete -que quizás ha recibido excesivos elogios y parabienes- va a depender en gran medida el futuro de los españoles, sobre todo de quienes tanto anhelan un trabajo y una vida mejor. Conociendo las notables diferencias y los profundos desencuentros surgidos entre Soria y Rivero, en los últimos tiempos, me ha gustado el gesto del presidente canario de llamar al nuevo ministro para felicitarlo y la respuesta de éste, tanto pública en su toma de posesión como privada, sobre sus intenciones respecto a las Islas. Si ambos se arman con el alma raciona de la Navidad y anteponen los intereses de la comunidad autónoma a cualquier otra consideración, todos saldremos ganando; lo contrario sería de una torpeza inaudita y dejaría la calidad personal y política de los dos mandatarios a la altura del betún. ¡Feliz Navidad!